jueves, 28 de mayo de 2015

Va de libros (V)

Esta vez mi "va de libros" va de libros de quiero tener... Mañana empieza la Feria del Libro de Madrid y sé que alguno va a caer :-) 



El primero es un clásico conocidísimo al que le tengo muchas ganas: El monstruo de colores, de Anna Llenas, ed. Flamboyant, 2012. Sí, sólo tiene tres añitos pero lo de clásico creo que es correcto. Leí una entrada maravillosa del blog De mi casa al mundo (con ideas muy buenas para trabajar con el cuento) y es cierto que es muy conocido en el ámbito de la escuela. Leo ha hecho alguna manualidad sobre él en su cole.

Creo que los libros que hablan sobre las emociones son muy útiles para los niños. Las asimilan muy bien, las interiorizan, las nombran y las reconocen. En este caso asociadas a colores, algo que supongo que les hace "verlas" más fácilmente. Estoy segura de que a Leo le vendría muy bien trabajar sobre la ira, el enfado, la calma, la rabia, la alegría...



El segundo lo he descubierto hoy mismo. Se trata de Al otro lado, de Maurice Sendak, ed. Kalandraka, 2015. Acaban de editarlo en España aunque se publicó en 1981. Trata sobre una niña que debe cuidar de su hermanito. Un día unos duendes lo raptan y dejan una réplica de hielo en su lugar...


Maurice Sendak es el autor de Donde viven los monstruos, libro que tenemos y que me encanta. Las ilustraciones son originales y bellas y la historia también, muy bien escrita, muy "literaria", me da la sensación de que sin pretender ser simple para que los niños la entiendan. En el blog Soñando cuentos se puede leer: 

"Es cierto que Maurice Sendak no es un autor fácil, ya que revoluciono el concepto que se tenía de literatura dedicada a los más pequeños [...] Su obra ha servido de inspiración a generaciones de escritores e ilustradores, siendo hoy y siempre  un autor de referencia. Como hemos dicho, no son obras fáciles y pueden tener miles de lecturas, de aquí su genialidad  [...] no solo atrapan a los más pequeños, sino que son buscadas y reverenciadas por muchos adultos, sabedores de la calidad que entraña la obra de Sendak. 

Fue quizás Maurice Sendak el que atrajo a los adultos hacia un tipo de literatura que se creía minoritaria, solo para niños, encumbrando sus libros a obras de arte, tanto por el texto y las temáticas, como por sus ilustraciones".

¿No os entran muchísimas ganas de leerlo?



Y por último, uno que conocemos muy bien porque ha estado un mes con nosotros, un libro de formato pequeño: Pequeña Luna, Elzbieta, ed. Kalandraka, 2011. Lo cogimos en la biblioteca y a Nora le encantó. ¡Y a mí! Es tierno, dulce, escrito en un lenguaje muy "de niño", pero con mucha calidad. Les llega, lo he visto con mi hija. ¡El pequeño Bubú enamora! Todas las noches mira la luna, se asombra y lo comparte con el mundo. :-) Cuantas más veces lo leía, más me gustaba...


Ya os contaré si me he hago con alguno en la Feria del Libro. ;-) ¡Feliz lectura!

miércoles, 20 de mayo de 2015

La espada de la discordia (o La espada es lo de menos)



(Hace unas tres semanas, después del cole)

Tarde en el parque. A la sombra, en un banco, fuera del vallado donde están los columpios. Estoy con una madre de la clase de Leo, su hija y él corretean cerca, meriendan, remeriendan, se aburren un rato, se entretienen otro... Mientras, Nora muy cerquita de mamá, casi no pide ni columpios. Le da por comerse un poco de tierra, juega un poco con Leo, merienda (más bien picotea...).

Leo viene desde los columpios: -Mamá, quiero una espada.

Yo pienso: “¿una espada? A saber a qué viene esto ahora”. Se vuelve a los columpios y al poco rato Nora me pide ir al tobogán. Allí está Leo y su nuevo objeto de deseo: una espada de juguete que lleva un niño de su edad.

-Mamá, ¿me compras una espada?
-No, hijo, no puede ser.
-Jooooo mamá, ¿por qué?
-Porque no podemos comprar juguetes todo el rato.

Empieza el berrinche, el llanto, los gritos. El drama. El niño portador de la espada se acerca y le dice: “no te la voy a dejar. Cuando sea tu cumpleaños te pides una”.

En ese momento se oye un grito: “¿¿cómo?? ¡Muy mal, muy mal! ¡No le digas eso, encima de que no le dejas la espada!”.

Y aquí empieza el acoso y derribo hacia esa madre por parte de mi hijo, y esa madre se alía con mi hijo y contra el suyo propio, llegando incluso a quitarle la espada por la fuerza provocando una rabieta del pequeño, que lleno de furia ante tanta injusticia se la quita ipso facto de las manos a su madre. Leo lo observa todo impertérrito, él va a lo suyo, a su objetivo: la espada. Alucinada observo cómo esa madre y mi hijo se pasean por todo el parque detrás de ese niño, cómo hablan, confabulan, se hacen cómplices... No me meto, ellos sabrán. Pero la mujer empieza a discutir con un hombre con el que está y Leo está allí pegado a ella, apoyado en su bolso, y yo le llamo. No quiero que esté tan cerca en ese momento.

-Nos vamos a ir.
-¡No!
-Sí, Leo, es tarde ya y me quiero ir a casa. En cuanto Nora baje del tobogán.
-Yo quiero la espada.
-Leo, no te la va a dejar
-¡¿Por qué?!
-Porque no quiere, y nosotros nos vamos.
-Vaaale.

Para nada me creo ese vale. En todo este rato me ha soltado varios gritos, cada vez que yo le negaba la compra de una espada o le decía que nos íbamos a ir. 

Respiro. -Nora, nos vamos a ir. 
-¡No!

Llevo desde las 4 en el parque con ellos, son las 7 casi y veo que empieza la “happy hour” por partida doble. Que me pille en casa, al menos. Después de varios avisos a Nora le digo a Leo (que sigue con la señora esa) que nos vamos ya y cojo a Nora del tobogán. Ella llora (muy fuerte) mientras Leo llora también porque nos vamos (muy fuerte). Una gran salida, por la puerta grande. A nosotros nos gusta así.

De camino a casa le convenzo para hacer una espada con cartón y palos de polo de madera. Aún tiene dos o tres mini berrinches porque cuando está así todo le parece mal y todo se le hace un mundo, pero le gusta la idea. Voy pensando cómo la vamos a hacer por el camino. Cuando llegamos la hacemos mientras Nora me ronda. Le doy a ella unas tijeras para que corte papel y se entretiene en su trona, hasta que veo que se está comiendo el papel. La bajo. Minutos después la subo para darle colores para que dibuje. De vez en cuando se va al estudio donde el papá la entretiene con los instrumentos musicales intentando que no los rompa. La espada está casi.

A Leo le encanta. Se pone a jugar con ella y a tocar con papá y Nora. Yo recojo.

Llega el baño. A regañadientes acceden, porque les dejamos jugar un poco con los cubitos. El momento de lavar el pelo es el peor. Nora está ya en las últimas. Según sale del baño en brazos de papá me empieza a llamar medio llorosa. Lleva así todo el día (¿o toda su vida?). La cojo. Se pone a jugar desnuda en mi regazo. Llega el momento. Hay que ponerle el pañal y el pijama. Da igual cómo lo hagamos, acaba cada noche en berrinche. Y así es hoy también. Llora desesperada, la visto a la fuerza, me cuesta, y ella hipa, diciendo “pishama no, quita el pishama”. Me duelen los oídos. Llora muy fuerte, berrea. Chilla. Está congestionada, alteradísima. Yo también, y el papá. Cansa convivir con una pequeña de dos años que llora y llora y además demanda 800 cosas diferentes en un intervalo de 15 minutos.

Llega la cena. Nora apenas come. Muchas veces es así. Bueno, no lo lucho, eso me da bastante igual. La bajo de la trona. A lavarse los dientes. Leo también. Y otra vez a llorar. Los dos. No quieren. Leo siempre se resiste, llora, protesta, hace huelga. Nora empieza con su “mamá, mamá” llorando y pidiendo brazos, sólo porque me he alejado dos pasos de ella. Yo me enfado, no puedo más, “¡¿pero qué pasa aquí?!, digo. ¡¡Basta ya de llorar!! Voy hacia el baño, el papá se cabrea porque Nora empieza a llamarme como si me hubiera volatilizado de repente, ya no puede con tanto mamá mamá y la coge, la lleva al baño también y empieza él a lavarle los dientes, mientras ella llora y llora reclamándome. Quiere que lo haga yo. Leo ha venido llorando también, se los lavo yo a él. Qué caos y qué dolor de oídos.

El papá dice que no hay cuento, que a la cama ya mismo. Me llevo a Nora a la cama llorando, Leo se va a la suya llorando, no hay besos, no hay buenas noches, no hay nada. Llantos. Los dos se duermen rapidísimo.

De todas formas es habitual que haya llantos al despedirnos de noche. Leo siempre quiere abrazarse con Nora y besarse para darse las buenas noches y ella siempre se niega, sólo le dice adiós y le tira un beso desde la puerta. Leo no lo soporta. Siempre llora.

Madre mía, y ni siquiera ha sido una mala tarde, ha habido ratos en los que han estado entretenidos, sobretodo Leo, que cada vez juega más a su bola y es más sociable.

Pero es que es llorar, y llorar, y llorar...y pedir, y pedir, y pedir... y reclamar a mamá, todo el rato... Y no, no todos los niños son iguales. PARA NADA. Y te pilla un día malo (que tú ni sabías que era malo) con una doble rabieta al cuadrado multiplicada por dos, y...

Que no, que yo no me creo que la gente tenga el tercer hijo después de tener dos como los míos. No me lo trago.

Feliz maternidad... ¿no? ;-)

PD.: Dos días después la espada no le interesaba lo más mínimo, es más, se niega a jugar con ella, dice que ya no le gusta. Esto le pasa muchísimo últimamente, se encapricha con algo hasta la extenuación y en cuanto lo consigue pierde todo su interés. Le estoy empezando a explicar que esto es así; cuando veo que sólo le interesa obtener algo y no ese algo se lo digo. Pero no creáis que se deja convencer... Supongo que aún es difícil de entender para él.

sábado, 16 de mayo de 2015

Un poquito de los dos

Seguimos en la montaña rusa. Ahora bajando, bajando mucho. Hace una semana éramos felices. Hace un día que hemos explotado de nuevo.

No sé hasta qué punto tiene que ver esto con la paternidad. No sé si quiero analizarlo aquí.

Pero sí quiero seguir hablando de ellos, de sus sonrisas, de sus locuras, de sus enfados. De Leo con su seguridad aplastante, con su orgullo, con su “yo quiero ganar el primero”, “yo corro más”, de Nora con su “yo también”, con su “como Leo” y su “yo solita”.

Me parto de risa con ella, me quedo alucinada con él. Hoy no quiero hablar mucho, sólo quiero que respire un poquito el amor de esta familia en el blog.


Amor como éste. Cuando se ponen así, en modo “nos queremos mucho, mirad”, no sabes si reir o llorar de la emoción. :-D 


Miradas como ésta. Nora está más pilla, gamberra, pícara, traviesa... que nunca. Nos trae de cabeza pero es tan, tan graciosa...  Habla por los codos, no suelta el "por qué" de la boca, y por supuesto sigue intensa, intensa hasta querer morirte...


Y de repente tiene momentos como éste. Saca todos los juguetes que están a su alcance y hace composiciones por toda la casa. Se entretiene un ratillo y al menos yo puedo simplemente sentarme a observarla (porque muchas veces tienes que estar ahí, no acepta estar sola). La última vez estábamos en la habitación, quise tumbarme en la cama pero no me dejó; "mamá sentada", decía. Así que sentada, mirando el móvil a escondidas, jaja.


Y aquí el loco de la casa. Su risa es lo mejor, lo mejor del mundo. Bueno, menos cuando le da el ataque en la ducha y su padre no puede seguir lavándole y hay que respirar hondo mucho. ;-)


Está tan mayor... Todo el rato intentando superar retos, todo el rato frustrándose si no lo consigue. Llora mucho, muy fuerte, desobedece mucho, se rebela, le sobra energía por los cuatro costados, no para quieto. Pero a la vez es un niño muy inocente, comparándole con otros de su clase. Es como un niño de 4 años, como lo que es. Hay niños a esa edad que parece que tienen 8, que ya no ven dibujos si no son de superhéroes, que ya no juegan con niñas, que sólo quieren ser futbolistas y se saben los equipos de primera división... Recuerdo una vez que le preguntaron a Leo: ¿y tú de qué equipo eres? Y él me miró diciendo: ¿¿eh??

Leo se pasa el día queriendo ser más fuerte, y dice "mira mamá, mira como tengo la bola" e intenta sacar biceps. Eso lo ha sacado de su abuelo y de Popeye. Bueno, al menos así come espinacas. Eso sí, sólo con los abuelos, misterios de la vida. Después ves a Nora haciendo el gesto y diciendo "mira la bola mamá" y te meas. 

Leo dice que no tiene miedo a nada, pero luego oye una sirena de bomberos muy muy cerca y no se acerca porque le da miedo, y te lo dice sin pudor. Leo hace sólo 3 meses fue a un cumpleaños de un amiguito suyo vestido de princesa rosa. Y cuando se le mete algo en la cabeza le da igual todo lo demás.

Le gustan mucho los juegos de mesa, no se cansa del parchís y la oca. Y jugar a la pelota. Al fútbol, porque ya lo llama así.

Y bailar. Y saltar. Y correr. Le encanta correr. 

Es genial, Leo. Único e indestructible. :-D

Otro día hablo más de Nora, que hoy cumple 28 meses y llenaría hojas y hojas con sus anécdotas...

Feliz maternidad.

viernes, 1 de mayo de 2015

Amor


Nunca he trabajado tanto en mi vida como desde que soy madre.

Mi puesto de trabajo, mi oficina, lo dejé estando embarazada y no volví a aparecer por allí nada más que para firmar los papeles de mi baja después de mi excedencia. Y no he vuelto a trabajar de forma remunerada, apenas unos pocos meses sueltos.

Mi trabajo lo hago desde dentro de mí misma. Analizo mi vida, busco el camino, estudio el suelo para poner mis pies donde el terreno sea más firme. No quiero (ni puedo) hundirme.

La maternidad cambió mi destino, pero no importa, porque era el destino que había querido siempre. La maternidad me puso en mi sitio. Y desde entonces estoy redescubriéndome.

La maternidad ha puesto del revés mi relación de pareja. Nunca he (hemos) tenido que trabajar tanto nuestro amor. La base es buena pero tantos terremotos hacen mella. Trabajamos y trabajamos.

Mis hijos abren caminos en mi mente para que yo reflexione sobre cosas que antes casi no me había planteado. Ellos me iluminan, porque ahora lo veo todo más claro, ahora el sentido de la vida es más fuerte, más profundo y más hermoso. Ellos son el futuro, lo más valioso que tenemos. Hay que trabajar en ellos, por ellos, con ellos.

Nunca me he gustado tanto a mí misma como desde que soy madre. Ahora sé que puedo ser muy útil, luchando desde dentro de este maravilloso universo que es el más humano y esperanzador en el que he estado. El de la infancia.

Nunca me he sentido tan dolida como desde que soy madre. Tan impotente, tan cansada, tan desesperada. Mis hijos forman parte de mí, ellos son una parte de mí y yo una parte de ellos. Tengo que cuidarles, enseñarles, acompañarles. Tengo que estar. Tengo que ser. Trabajar y trabajar. Una responsabilidad gigantesca. Y digo tengo aunque también es quiero, porque es algo inevitable, algo que no podría dejar de hacer, algo más poderoso que yo. Y me dejo llevar por ello, y me gusta.

Nunca he cambiado tanto como desde que soy madre. Soy otra, y jamás volveré a ser la que era antes. Y me encanta haber cambiado y ser la persona que soy ahora, y saber que me quedan muchas cosas que descubrir de mí misma, tantas como etapas que les quedan por vivir a mis hijos. Y más.

Tengo muchas ganas de vivir, de seguir siendo madre, de seguir creciendo, experimentando, luchando y reivindicando. Y sobretodo tengo ganas de seguir amando. Porque nunca, nunca en toda mi vida he amado tanto y de manera tan profunda como desde que soy madre. Y no sólo a mis hijos.


Déjame seguir amándote, construyamos ese suelo firme sobre el cual caminar. Todos juntos, en familia. Nosotros. Ya nunca dejaremos de ser padres, aunque seamos también más cosas. Me siento libre, poderosa, pero también vulnerable y perdida. Me siento en proceso de cambio, quiero llegar más allá. Sé que tú estás construyendo tu camino también. Yo sigo queriendo hacerlo contigo.

Y es cierto, el amor no se divide nunca, se multiplica.

Feliz ma(pa)ternidad.