Ya he contado en más de una ocasión que durante la primera rabieta de Leo acabé llorando. Estaba tan desconcertada, asustada, preocupada al ver a mi hijo en ese estado... Me sentía absolutamente impotente por no poder ayudarle. Estuvo llorando mucho rato; muy fuerte, muy desesperado. Para mí estaba claro que sufría, y mucho. No quería que le habláramos, ni que le cogiéramos, pero tampoco que nos fuéramos. Al final conseguí calmarle con la teta.
El origen de la rabieta
fue que se despertó de la siesta llorando, como casi siempre, y
quiso que le volviéramos a dormir, paseándole en el carrito
(siempre se echaba la siesta en el carro, igual que ahora su
hermana). Al ver que no, que le cogíamos y le sacábamos de allí,
se desencadenó todo. ¡Leo siempre ha tenido muy mala leche al
despertar de la siesta!
Dicen que las rabietas
van más o menos de los 2 a los 4 años. Si esto es verdad, con Leo
nos queda poco ya. Tiene 4 años y 4 meses y sigue teniendo algunas,
aunque ni tan fuertes ni tan largas como antes. Él empezó antes de
los dos años. Revisando entradas antiguas he encontrado esto (aquí el enlace):
El domingo tuvo una
fortísima de unos 40 minutos. Qué mal lo pasa él y qué mal
nosotros. Pierde totalmente el control, entra en bucle, no sabe ni lo
que quiere, te mira y te llama como pidiendo ayuda pero no soporta
que le toques... Grita, tose, se ahoga, es como quisiera expulsar
algo que tuviera muy dentro y muy pegado en el interior de su
cuerpo... El desencadenante es lo de menos, a los 10 minutos ya ni se
acuerda; pide algo, tú se lo das pero él reacciona como si le
quemaran vivo... Y así una y otra vez... Hasta que de repente pide
otra cosa (brazos, teta, que le pongas dibujos...). Lo haces, y...
milagro, la rabieta termina de repente tal como empezó.
Quiero escribir un
post sobre ellas porque realmente creo que vivirlas es muy duro, al
menos lo está siendo para mí. Y creo que hay algo de confusión
entre rabietas y "simples" berrinches. Leo es cabezón como
él solo, y berrinches, enfados, o como lo llame cada una, tiene mil
y más cada día... Pero las rabietas son otra cosa. De lo que yo
hablo es de algo que desde luego no tiene nada que ver con llorar
para conseguir algo que quiere.
Efectivamente, en el caso
de Leo las rabietas son una auténtica pérdida de control, una
especie de crisis de histeria o ansiedad. Hoy en día, cuando tiene
una, incluso te dice: ¡¡¡es que no puedo, mamá, no puedo
calmarme, no puedo dejar de llorar!!! Y da saltos y agita los brazos
mientras dice (sin dejar de llorar): ¡¡¡ayyyy ayayayay...ay!!!,
con la cara desencajada.
Hace mucho encontré un
articulito en un blog que guardé como un tesoro. Es éste, leed
porque merece la pena. Cita a Aletha Soler para diferenciar tipos de
rabietas:
1. El niño tiene una
necesidad básica (hambre, sueño...).
2. El niño tiene
información insuficiente o equivocada de la situación en la que nos
encontramos: no entiende que tenemos que ir al médico y quiere jugar
más en el parque, para él eso es lo importante (los niños son
egocéntricos por naturaleza hasta los 3-4 años al menos, es una
fase normal), no comprende por qué cogemos una caja de cereales en
vez de otra...
3. El niño necesita
descargar tensiones, miedos o frustraciones presentes o pasadas.
La autora del artículo
dice que no encuentra situaciones recriminables en ninguno de los
tres casos. Yo estoy de acuerdo. De hecho de cada una de las situaciones se
puede aprender mucho.
Cuando Leo tenía dos
años sus rabietas eran casi siempre del tipo 1 y algunas veces del
tipo 2. Dos años después, las rabietas del tipo 1 y 2 han
disminuído (que no desaparecido) y las del 3 han aumentado.
Leo podía estar una hora
llorando porque no podía coger 5 cuentos a la vez para trasladarlos
a otro sitio. No entendía por qué no podía. Sólo sabía que
quería hacer eso. Era imposible explicárselo, esa explicación
estaba fuera de su alcance, de su comprensión. Además sólo gritaba
y gritaba, con lo cual no te podía oir.
Cuando empezó el
colegio, descargaba tensiones por la tarde de mil maneras distintas,
¡se inventaba los berrinches y las rabietas, los sacaba de la nada!
Siempre había una razón para liarla... Esto es más normal de lo
que parece, muchos niños son "muy buenos” en el cole y por las
tardes los padres alucinan recordando lo que les cuenta la profesora
mientras ven cómo su hijo se tira al suelo poseído por el demonio.
Este artículo de Rosa
Jové, Quiéreme cuando menos me lo merezca, porque será cuando más lo necesite, es muy bueno también. Al principio todo este
tema puede provocarte frustración, porque lees que realmente no hay
nada que hacer para que tu hijo no tenga rabietas, lo único que
puedes hacer es trabajar contigo misma para comprenderle a él y
tomártelas tú de la mejor manera posible. Las rabietas son sanas,
son expresiones de emociones, y si permitimos que un niño pequeño
exprese sus emociones y no las perciba como algo negativo, aprenderá
a ser empático, a ser asertivo, a ser sincero, a ser comunicativo.
Podemos pensar que no es bueno ni sano expresar de esta forma las
emociones, con gritos, pataletas, con rabia y llantos... pero esto lo
sabemos los adultos, y lo sabemos simplemente porque hemos aprendido
que hay otras formas de expresarse. Poco a poco los niños también
iran aprendiendo a expresar las cosas de otra forma, pero es que en
las primeras rabietas a veces no saben ni hablar, tenemos que tener
paciencia. Con todo y con eso, muchos adultos parece que no han
superado la etapa de las rabietas, habría que ver si les dejaron de
pequeños expresarse con libertad y sin coacciones. ¡Sería
interesantísimo poder hacer un estudio así!
Naomi Aldor habla también
de esto en su libro Aprender a educar sin gritos, amenazas ni castigos, ed. Medici. Un libro que te hace pensar mucho, altamente recomendable.
Utiliza el concepto de validar las emociones. ¿Y qué es
validar? Pues es magia. Sí, magia.
Validar es lo contrario a
negar o minimizar los sentimientos del niño. Validar es decir “¿te
has hecho daño, por eso lloras?” en vez de “no ha pasado nada, ¿a que
no?”, cuando un niño se cae. La validación es escuchar al
niño, ayudarle a verbalizar sus sentimientos aunque sea a través de tu voz. Permitir que se
exprese y hacerle notar que le comprendes y que no está mal que se
sienta como se siente.
Cuando Leo lloraba porque
quería algo, o cuando llora Nora ahora, es increíble cómo se rompe
la dinámica de la rabieta al decir “tú quieres ir al salón,
¿verdad? No quieres dormir y quieres ir a jugar al salón. Ya.”
(por poneros en situación, 2 de la mañana, tercer despertar.... por
ejemplo). Y esa frase la dices de verdad, con calma y mirando a tu
hijo a los ojos. Sin dramas, sin elevar la voz.
Y el niño para de
llorar. Abre mucho los ojos, te mira... y asiente. En su idioma te
está diciendo: "¡¡¡Sí!!! ¡Me comprendes! ¡Me siento
comprendido, sabes lo que me pasa!". Es la caña, de verdad,
probadlo. No os saltéis ese paso, no vayáis directamente al “no
podemos quedarnos aquí porque tenemos que...”. Decid primero “tú
quieres quedarte aquí, ¿verdad? Ya, es que te lo estás pasando
bien y te pone triste irte. Yo también quisiera quedarme”.
Una frase de Naomi Aldor
sobre la validación es “cuando los niños perciben que pueden
mostrarse como son, que pueden sentir lo que sienten y cuando se dan
cuenta de que nos importa su punto de vista, suelen crear la solución
a su propio problema, o hacer las paces con la realidad”.
Ahora sí, no esperéis
milagros. A mí, después de validar, me salía el: “...pero nos
tenemos que ir porque...” ¡Y ese “pero” lo jodía todo,
jajaja! Pero como dice Naomi, la validación es su propio resultado.
No es un método para controlar el comportamiento del niño. El
resultado es que el niño se siente seguro sintiendo y expresando
plenamente sus sentimientos. Y esto es, en todo caso, una inversión
a futuro.
Al final, los truquitos
son lo único a lo que podemos agarrarnos para pasar esta etapa sin
perder toda nuestra dignidad. Algunos que a nosotros nos han servido (o que pienso que son acciones muy positivas)
son:
-Evitar la rabieta.
Éste lo dice mucho Rosa Jové, y es el más efectivo... Y el más
difícil. La maniobra de distracción suele funcionar cuando son
pequeños. No llevarles a sitios que les estresan o les excitan, no
pasar por delante de una tienda de chuches si sabemos que van a pedir
y que no les vamos a dar. En fin, este recurso yo creo que lo
utilizamos todos a veces. Yo personalmente intento explotarlo al
máximo, aunque hay que ser previsora y a mí no se me da muy bien.
-Darle poder y
libertad en su vida. Sí, aunque sea un bebé. No mantenerle
“atado” con normas y normas y normas... no imponer prohibiciones
absurdas, dejarle elegir todo lo elegible. Puede parecer que así
favorecemos las rabietas y no al contrario, pero si un niño se
siente libre, se siente con poder... ¿para qué va a montar rabietas
para conseguir las cosas? No tendrá necesidad de expresarse así.
Esto no quiere decir que si crias así a tu hijo no tenga rabietas.
Para mí la personalidad del niño es lo que más influye. Pero creo
que criar hijos reprimidos no nos lleva a nada bueno, y en la medida
de lo posible yo intento que no lo estén demasiado, teniendo en
cuenta que tienen que cumplir a lo largo del día infinidad de
normas.
-Permanecer a su lado
sin agobiarle y respetar en la medida de lo posible sus necesidades.
Algunos niños reclamarán brazos, pero en muchas ocasiones no
quieren ni que les toques. Leo concretamente no quería que le
tocáramos ni que le habláramos, pero sí que le miráramos, que le
prestáramos atención. Él solía mirarnos fijamente mientras
lloraba, como pidiéndonos ayuda o como si fuéramos su tabla de
salvación en el océano, y si apartábamos la vista se ponía más
histérico aún. Habrá gente que diga que hay que retirarles la
atención, hacer como si no estuvieras fijándote... Bueno, yo pienso
que hay que hacer lo que al niño le ayude, y no veo ningún problema
en eso. Cuando Leo se ha hecho más mayor sí he probado a veces lo
de “mira, Leo, yo estoy aquí, cuando dejes de llorar y gritar te
ayudo, así no puedo hacer nada”, y me siento a leer una revista y
ya. Pero es que de verdad que no puedo hacer nada más, no es teatro.
Y él ya entiende lo que le digo, estoy hablando de los 3 años para
adelante. En cualquier caso, si él reclama que yo esté a su lado,
que le hable, yo lo intento, y digo intento porque a veces no se le
entiende nada o con cada cosa que digo se cabrea más y tengo que
retirarme un poco aunque le moleste. Como véis, depende mucho
también de la situación concreta.
-Validar emociones.
Como he explicado antes, es pura magia.
-No hablar demasiado.
No es el momento de soltarle una chapa, y menos con tono enfadado. En
todo caso después, aunque cuando son muy pequeños, dos añitos, por
mi experiencia tampoco sirve de mucho pero bueno, no está de más
hacerlo. Eso sí, no esperes que te haga caso. Parece una tontería
pero no, no puedes pretender eso, quizá cuando lleves 800 millones
de veces repitiendo lo mismo, lo asimilará, coincidiendo con el
momento exacto en el que se supone que lo asimilan todos, para
dejarte con la duda de por vida de si gastaste toda esa saliva en
vano. Cuando ya son más mayores, como Leo ahora, pues ya sí se
pueden explicar más cosas, claro. E incluso yo “me meto” en
medio de la rabieta para intentar cortarla, hablándole, pidiéndole
que se calme...
-Ofrecerle
alternativas si es posible. Aquí de nuevo habrá mucha gente que
diga que eso es malcriar, dejar que él gane... Pero cuando te
liberas de toda esa carga heredada te das cuenta de que aquí no hay
ganadores y perdedores, y de que el miedo no nos lleva a ningún
sitio. No veo peligro en decirle a mi hijo que no se preocupe o que
no se enfade porque no podemos sacar las témperas ahora, que si
quiere podemos hacer otra cosa que yo sepa que le gusta y que es más
factible en ese momento. Aunque él esté berreando y chillando. Si
no penalizamos automáticamente esta expresión de sentimientos,
veremos que como padres podemos hacer muchas más cosas por nuestros
hijos y que podemos ser un poco más felices todos. Eso no quita para
que poco a poco le vayamos inculcando que también nos podemos
expresar sin gritos y llantos, incluso aunque estemos enfadados. Y
digo también, no “en vez de”. A veces no es malo gritar, y mucho
menos llorar. Yo suelo decir que me molestan los gritos, que me hacen
pupa en los oidos y que por eso todos tenemos que intentar no gritar,
para no hacernos daño los unos a los otros.
-Cuentos sobre
emociones y hablar sobre emociones. Si un niño sabe lo que es
estar enfadado, triste, nervioso, con miedo... aprenderá a reconocer
esas emociones, las comprenderá y tendrá más recursos ante sus
propias frustraciones y enfados. Además, cuando controle el lenguaje
podrá decir cómo se siente.
-Relativizar.
Desde que soy madre, este verbo es un mantra. Sobre todo desde que
soy madre de dos. Nada es tan grave, no hay consecuencias fatales,
todo pasa.
-Sentarse y no hacer
nada mientras no pierdes la calma. ¡Éste es el mejor, jajaja!
El estado zen es el objetivo final. ;-) No perder tú la calma, no
explotar porque, con perdón, entonces la has cagado (yo la cago
continuamente, ejem...). Además los niños perciben nuestras
tensiones y las reproducen en sus propias acciones. En otras
palabras, cuando peor estás tú, más cabrón estará él!
;-) Hay que hacer borrón y cuenta nueva, poner el contador a cero, y
vuelta a empezar.
En definitiva, de todo se aprende, y de las rabietas también, y mucho. Para mí la clave somos nosotros, los padres; cómo nos las tomemos. Sin miedos, sin sentimientos de culpa, sin rechazar la expresión de sentimientos de nuestro hijo y con infinita paciencia. Intentando cada día comprenderle mejor y ayudándole en su aprendizaje emocional. Ese aprendizaje emocional es uno de nuestros mayores retos ahora con Leo, creo que entramos en una nueva etapa que durará mucho... ¡y que promete ser apasionante! :-D
¡Feliz maternidad!