miércoles, 28 de mayo de 2014

16 meses

Ha pasado un mes desde que escribí la última entrada sobre Nora. Ahora tiene 16 meses y medio y lleva justo este último mes andando solita, de un lado para otro, sin parar, ahora por aquí, ahora por allá mamá, da igual que tú quieras ir para el otro lado... Sigue pidiendo la mano, le gusta, pero ya no tiene miedo, se la ve suelta, con los brazos hacia abajo, controlando la velocidad... Le chiflan los escalones y siempre que ve alguno quiere subir y bajar, está aprendiendo. Le gusta mucho sentarse y levantarse, de los bordillos, de su sillita... El tobogán le encanta también, y si por ella fuera se tiraría sola, la loca. Ah, y la pelota, que ya le da patadas y la coge y la lanza hacia adelante bastante bien. Claro, se fija en su hermano.

Sigue pegada pegadita a mí, ¡no vaya yo a perderme! Llora cuando la dejo con los abuelos (se le pasa al segundo), cuando me alejo de ella dentro de casa... En la bebeteca está también muy comedida, se entretiene con los juguetes y corretea por la clase, pero pasa muchos ratos a mi lado y ya no le gusta tanto como antes pringarse con pintura o las texturas “extrañas”. Siempre está muy contenta, eso sí. Esto va para largo, que ya me lo conozco. Pero casi siempre está genial con todo el mundo y es muy sociable. Su sonrisa nos sigue encandilando a todos.

Parece evidente que con los abuelos come mejor que con nosotros. Ayer un melocotón entero, naranjas enteritas también, hoy 3 cucharadas soperas (de las de servir) de puré de calabacín y de segundo un poco de pescado... Luego tiene días en los que casi no come. Hace poco recuerdo que se comió un plátano casi entero para desayunar, ¡y estaba conmigo! Además oficialmente ha superado su IPLV (intolerancia a la proteína de la leche de vaca). Le está cogiendo el gustillo a la leche, le damos de vez en cuando vasitos pequeños y se los toma muy bien.

Pero fundamentalmente... teta. A todas horas. Cuando se cae y llora automáticamente me pide. Cuando se cansa, cuando se aburre, cuando se enfada... La cojo y me da golpes en el pecho con las manitas abiertas. (¡A mi madre le pide teta también!). Y hace unas buenas tomas, ¡de las de sudar y todo!

Por las noches... teta también a todas horas. Además llevamos una racha muy mala, con muchos despertares y muy seguidos. Horrible. Ha estado malita, un virus sin importancia, un poco de fiebre, granitos, y ahora tos y mocos. Desde ayer estamos con cebolla en la habitación. Por supuesto me lo ha pegado y yo estoy mil veces peor que ella (a ella se lo pegó su hermano, que apenas se enteró. Este virus se está haciendo fuerte).

A mí ya me cuesta conciliar el sueño y volver a dormirme. Menos mal que no trabajo, al menos podemos dormir por la mañana un poquito. Es mi chico el que se encarga de llevar a Leo al cole así que genial. Y cuando me levanto yo antes que ella, las raras veces que eso ocurre, ella dura 2 minutos más como mucho.

La segunda muela que le estaba saliendo ya ha roto la encía y ella sigue con la mano en la boca permanentemente. Va aumentando su repertorio de palabras poco a poco, ahora también dice “asias” (gracias), pero sólo cuando nos lo oye decir a los demás. Ah, y también va aumentando su cabezonería. Apunta las maneras de su hermano, ¡no sé cómo vamos a sobrevivir! Ya es misión imposible ponérmela en la mochila a la espalda yo sola, se me tira. ¡Lo echo de menos! Y el carro, si no quiere, pues a duras penas lo conseguimos. Sólo quiere andar, pero a su ritmo y en la dirección que a ella se le antoja, que por supuesto nunca coincide con la tuya. Al final si tienes que hacerlo la coges a la fuerza y chilla, berrea... y pide teta, claro. Lo mismo si intentas ponerle el babero, o si no la bajas de la trona cuando ella quiere, o si la alejas de la tele porque se pone delante y no le deja ver los dibujos a Leo, por ejemplo. Sólo sirve distraerla pero no siempre funciona.

Estas últimas semanas yo estoy más cansada, sin muchas ganas de escribir. Las malas noches me pasan factura, además de los grandes momentos made in Leo. Pero no quería dejar pasar más tiempo sin contar algo sobre Nora, que cada día está más loquita, más payasa, más bichito y creo que se está ganando hasta a su hermano, ¡que es mucho decir! ¡Últimamente le suelta unos besos así con ruido y espontáneos que ya los quisiéramos su padre y yo, jajaja! Esta misma noche, la llevo como siempre a despedirse de papá y de Leo, porque me voy a dormirla; al papá sonrisita y adiós con la mano, como siempre, pero nada de beso. -¿No me das un beso? No, dice ella con la cabeza (dice sí y no perfectamente con la cabeza y con sentido), y me empieza a señalar el salón, donde está Leo viendo Bob Esponja. Allá que vamos. -Leo, Nora quiere decirte adiós que se va a dormir. Me acerco. -Adiooooós, dice Leo medio aburrido. Ella muy cerquita de él le tira un beso con la mano ¡y con sonido! Y cuando ya parecía que nos íbamos sin nada más, Leo se gira, la mira y le planta un besazo en la mejilla, de esos que duelen un poquito pero bueno... Nos hemos ido tan contentas, jeje. 

Os dejo una foto de su primera vuelta en tiovivo. ¡Tan feliz!


jueves, 15 de mayo de 2014

Intensidad

Actualizo un poco sobre mi niño loco, el terremoto, el enrabietado, el huraño y alegre y torpón Leo que últimamente parece que se toma un par de tripis diarios.

Le ha dado por entrar en bucle mientras repite cualquier chorrada y se parte de risa. Ayer fuimos a tomar algo con mis padres y la vuelta a casa se la pasó diciéndome “¡te sacudo el culete!” mientras reía a carcajadas y ciertamente me sacudía el culo (aclaro que la supuesta intención era sacudir el polvo por habernos sentado en el suelo). En una de éstas se cayó y ya empezó a repetir la caída cada vez. Mi madre decía “¡ánimo Leo, arriba!” o algo parecido, así que la secuencia quedaba:

-Leo: ¡te sacudo el culete!

-Leo: ¡jajajajajjajjajajaja!

-Leo se cae

-Mi madre: ¡ánimo!

-Leo se levanta

Así unas... 50 veces ininterrumpidamente.

Al llegar a casa se agarró a mí, loco perdido, y le tuve que poner en la trona porque no me dejaba ni moverme. Automáticamente la risa descontrolada se convirtió en llanto descontrolado, tendríais que haber visto su cara, desencajada totalmente. Le bajé, le llevé a la ducha. Le dije que tenía que estar tranquilo, que hay que saber terminar los momentos de bromas y risas (el nuuunca sabe terminarlos) y al final con un abrazo fuerte se calmó. Uffff. No suele funcionar pero esta vez sí.

Otras veces empieza con el: ¡me tiro un pedo, jajajajajaja! Y empieza a lanzarse contra el sofá y a correr por toda la casa y tenemos que frenarle porque hay que vestirse e ir al cole, o cualquier otra cosa. De verdad que parece un desequilibrado.

Le sigue costando la vida jugar solo y cuando lo hace se dedica a tirar cosas por ahí, la última es arrojar objetos por la ventana. Vivimos en un tercero y abajo del todo hay un patio de un bajo. Todo empezó con un calcetín que se quedó en el camino pero luego fueron... unas bragas mías cogidas directamente del cesto de la ropa sucia. Primero se quedaron enganchadas en un palo de la fachada y ya luego cayeron al patio del bajo.

Lo peor es que pilló un puente y los vecinos no estaban, y las bragas pasaron allí unos días y a mí se me olvidó. Y el otro día me lo recordó mi chico: ahí están tus bragas. En plan: ya te vale. Y yo, vencida por la pereza y la vergüenza, pensé: mañana... Y al día siguiente... ya no estaban. Ains.

Pensé que las habrían tirado y entonces ya decidí no bajar. Total, nos consideran buenos vecinos y en mi bloque hay más de un post-adolescente. Pensé que seguro que pensaban que había sido alguno de ellos en plena borrachera.

Y pocos días después va Leo y tira un juguete (al loro, no un juguetillo, sino ÉSTE)

Claro, tuve que ir a por él de la mano de mi hijo, y la vecina muy maja y tal, pero fijo que ahora sabe que las bragas eran mías.

Por las noches me cuesta la vida que me dé un mísero beso, la mayoría de los días ni nos mira a Nora y a mí cuando me la llevo a dormir. Con su padre hace lo mismo. Si te acercas a él para besarle o acariciarle o achucharle corres un altísimo riesgo de ganarte un guantazo.

La verdad es que su extrema dependencia, su no saber jugar solo, su no dejarnos ni respirar, se llevarían mejor si nos dijera alguna vez que nos quiere o fuera más cariñoso con nosotros. A mí sí me pide abrazos para calmarse cuando tiene un berrinche, y si le pillo de buenas sí se deja estrujar un poquillo. Pero poco más.

Ahora dice que no tiene miedo a nada, que no llora nunca (me mondo), que cuida de su hermana (cuando no la empuja sin piedad, querrá decir)... La verdad es que cada vez está más gracioso y encantador hablando. Pero tiene un genio... Experto en poner cara de enfadado, su máximo entretenimiento es hacer que sus papás se enfaden también. O quién sabe, quizá comprobar cuánto pueden aguantar sin enfadarse... Por eso cada vez que hace una de las suyas me pregunta: ¿estás enfadada? Y casi se decepciona si le digo que no. De momento eso no me da resultados pero quiero seguir probando. ¡Lo malo es que a veces es dificilísimo no enfadarse!

Va por la vida arrasando, sin cuidado ninguno, sin fijarse en nada, se cae, se da contra todo... Está muy casero y tenemos que convencerle casi siempre para salir. En la calle cambia, se modera, supongo que no es su espacio, y ya si estamos en el parque o con más niños se nota mucho más. Sigue yendo mucho a su bola y parece que se aburre un poco, ¡pero qué más da, si en casa también! Es como si sólo se divirtiera haciendo el borrico, lanzándose contra nosotros o rompiendo cosas. Ah, y el empanamiento propio de estos mini-seres de 3 años no disminuye al acercarse los 4. A veces pienso que no entiende ni una sola palabra de lo que le digo hasta que harto de oírme, supongo, me suelta un: ¡que síiiiiii mamáaaaaa! Por supuesto no hace ni puñetero caso después.

Yo sigo viéndole feliz, eso es lo que me hace no preocuparme demasiado, incluso en el cole parece que no hay problemas, aunque lo del patio sigue ahí, pero es que ¿cómo pretendemos que juegue con otros niños allí si ni siquiera lo hace cuando estamos también nosotros y le ayudamos o participamos? Dentro de clase según su profe sí participa, habla, incluso juega.

Me gusta mucho comprobar cómo funciona su mente, oírle razonar, con esa lógica aplastante y extremadamente simplificada de los niños. Cómo si le digo que no haga ruido porque Nora duerme me contesta por ejemplo: yo siempre no (es decir, nunca) hago ruido cuando voy a por un coche a la habitación, mamá, porque coger un coche no despierta a Nora. Así que voy a ir a por un coche, ¿vale? Todo lo convierte en “es que yo siempre”... o “es que yo nunca...” También habla mucho de cuando él era un bebé, o de lo que ha pasado hace algunos días. El concepto del tiempo empieza a introducirse en su universo. Y me encanta oírle hablar y cómo mezcla todos los tiempos verbales posibles!

El otro día fue a la granja escuela ¡y montó en pony! Me hubiera encantado verlo. Desde luego va evolucionando.

Pero se sigue despertando casi cada noche para venirse a dormir conmigo, y los celos... ¡ay los celos! Qué de disgustos nos van a seguir dando, me temo...

Os dejo con su disfraz de chulapo... Le pega un montón, ¡jajaja!


sábado, 3 de mayo de 2014

El nacimiento de Nora




La noche del 15 al 16 de enero de 2013 Nora estaba muy activa, moviéndose mucho, y yo tuve unas cuantas contracciones. Eso no era raro, llevaba con ellas desde hacía mucho ya, esporádicas, casi siempre nocturnas, cuando me relajaba por fin en el sofá después de que Leo se acostara. Luego O. me diría que en ese momento sospechó que me pondría de parto. Yo estaba tranquila, por la mañana tenía matrona, la cita de las 39 semanas, y en mi cabeza me había marcado ese día como el típico "a partir de aquí que salga cuando quiera".

Bueno, casi me hace caso. Jeje.

Esa noche tuve algo de imsomnio, nada nuevo, y dormí fatal, nada nuevo tampoco. A la mañana siguiente, miércoles, O. se levantó con Leo sobre las 8. Hacia las 8:45 me despertó una contracción... Uf. A los pocos minutos otra... Eran como las que había tenido anteriormente, ya dolorosas, pero nada demasiado horrible. Aunque recuerdo que pensé algo así como “joder, cómo duele; va, déjame tranquila un poco más...”. De repente, cuando acabó la segunda contracción... rompí la bolsa. A saco. Estaba tumbada en la cama y noté el líquido muy caliente. ¡¡Ha empezado!! Me levanté y vi que aquello era transparente como el agua. Bien. Llegué hasta el salón y le dije a O.: he roto la bolsa. Él estaba tumbado en el sofá intentando dormitar mientras Leo jugaba (o le daba el coñazo, que diría él). Se levantó corriendo y dijo: ¿¿llamo a tus padres?? -No, espera, me voy a dar una ducha.

Hasta entonces no tenía apenas contracciones, de hecho se me pasó por la cabeza que romper la bolsa así era una putada, porque ¿¿dónde están mis contracciones?? A ver si ahora el parto no iba a empezar y yo con la bolsa rota, con lo que eso supone en los protocolos hospitalarios... Pero no, mis contracciones estaban ahí, cogiendo carrerilla toooodas juntas!!

En la ducha empezaron. Genial, pensé. Esto ha comenzado de verdad. Qué nervios. Empezaron, empezaron... y cada vez más fuertes. El agua caliente en los riñones me aliviaba. Cuando salí el tema estaba ya chungo. Me medio vestí y enseguida me tiré a la cama, a cuatro patas, a encajar las contracciones. Oscar empezó a hacer la bolsa mientras Leo empezaba a flipar con su madre.

-De verdad creo que deberías llamar a tus padres, R.

-Vale.

Llamé, toda digna yo. Venid ya, pero con calma, no hay prisa pero id viniendo (mis padres viven a menos de 10 minutos en coche y cuando llamé estaban aún acostados). Y un huevo. A los pocos minutos estaba gritando: ¡AAAAAAAAH! con cada contracción como si me estuvieran matando. Leo a mi lado, mirándome. No pasa nada cariño, es que Nora va a salir. O. se lo llevó al salón. Yo pegaba manotazos en el colchón. ¡¡Tenemos que irnos YAAAAAAAAAAAAAAA!! Ahí me empecé a acojonar del todo. Mientras tanto, en un arranque de serenidad, aplomo o inconsciencia, aún no lo tengo claro, O. decidió que iba a desayunar algo y después se fumó un cigarro mientras escribía a unos amigos con los que había quedado para una cosa de curro. No sé quién tuvo más huevos, si él o yo, jajaja!! Leo quería desayunar también, pero le dijo que tendría que esperar a los abuelos.

Mientras tanto yo me metí de nuevo en la ducha. No soportaba el dolor y pensé que el agua me aliviaría algo. Estaba fatal ya. Oscar me tuvo que ayudar a vestirme después.

Mis padres llegaron. Desesperación. ¿Cómo voy a llegar hasta el coche? Tenía que cruzar toda mi urbanización hasta llegar a la calle. Sólo llegar al ascensor de pie me parecía imposible. Lo recuerdo ahora y vuelvo a sufrirlo, era una distancia insalvable para mí. O. me agarraba, cuando me venía una contracción yo le apretaba la mano con todas mis fuerzas. Caminaba encorvada. Mi padre se adelantó para poner el coche en marcha. No nos cruzamos con nadie, y es raro, porque vivo en una urbanización muy grande. Hubieran alucinado. Me dolía tanto, tanto... TANTÍSIMO.

Cuando llegué al coche pensé que no iba a poder, no iba a poder entrar ahí, era una tortura demasiado grande, era imposible. Quería llorar. Me arrodillé en el suelo de los asientos traseros y apoyé la cabeza en ellos. Con una mano agarraba la sillita de Leo, que estaba puesta allí. Con la otra la de Oscar, que iba de copiloto al lado de mi padre porque a mi lado estaba la silla. Y arrancamos.

No sé cómo pude tener tanto autocontrol, a la vez que estaba tan descontrolada. Sólo gritaba, gritaba mucho y me aguantaba las ganas de empujar muriéndome de dolor y de una especie de pánico. Quería llorar pero no podía, era como si supiera que entonces estaría perdida, que entonces ya abandonaría y pariría en el coche, a Nora, de nalgas, y la pondría en peligro de muerte y además daría todo igual porque yo moriría antes de dolor. Me costaba tanto mantenerme entera... Me dijeron 3 ó 4 veces que ya faltaba muy poco. El cabrón de mi padre se pasó la salida de la autovía, no me lo dijeron, claro, pero fueron unos 8 ó 9 minutos más de agonía. O. me contó que cuando mi padre se lo murmuró no supo ni qué decir.

En el viaje pensé de todo, pero principalmente que necesitaba, NECESITABA la epidural. Incluso llegué a pensar que ójala me hicieran una cesárea, para no sentir nada, para dejar de sentir ese dolor tan sobrehumano. Solo podía gritar y contenía los pujos no sé cómo.

Debimos llegar al hospital sobre las 10 y pico... Nora nació a las 10:55. Mi padre entró corriendo a avisar.

-La tarjeta sanitaria?

-Qué tarjeta! Que alguien vaya a por ella ya!!!

Yo vi llegar una silla de ruedas conducida por... ¡un segurata! -Vamos, sube. Él y otro compañero suyo empezaron a llevarme por los pasillos hasta que les relevó un celador. O. se retrasó unos segundos pero enseguida me alcanzó. No sé si fue el segurata o el celador quien avisó a paritorios, supongo, diciendo: tenemos aquí a una chica de parto, está muy apurada.

¿¿Apurada?? Me hubiera reído si no estuviera sufriendo el dolor más intenso de mi vida. Creo que jamás olvidaré ese adjetivo.

Le iba diciendo a todo el mundo que la niña estaba de nalgas; en algún momento alguien me soltó: ya lo sé. Ya estaba en paritorios. Una matrona me llevó a una habitación. “Aquí mismo”, creo que oí. Yo estaba en otro planeta. Empecé a suplicar por la epidural. Llegaron dos ginecólogas, me colocaron en el potro, en la clásica postura con las piernas para arriba. Me hicieron un tacto; lo que me costó ponerme boca arriba, madre mía... “Estás en completa”.

Vale, ahí empecé a entender un poco la situación. Claro que estaba en completa, qué tonta, a pesar de que me moría de ganas de empujar, no lo había pensado. Quizá no había querido hacerlo, quizá si lo hubiera hecho me hubiera puesto a empujar sin remedio en el coche.

-Necesito la epidural.

-¿Qué epidural, R.? No hay tiempo, está ya aquí. Empuja.

Empuja. Me lo tuvo que repetir un par de veces, pero fue la palabra mágica. -¿Entonces puedo parir? -Claro que puedes parir (creo que me hicieron una eco en algún momento, pero no estoy segura). -¿Pero tú sabes atender partos de nalgas? (creo que era la jefa de Servicio, que estaba supervisando a la otra que estaba por allí). -Entonces tienes experiencia, ¿no? preguntó O. La tía debió de pensar que vaya par de listillos, casi le hacemos sacar su título de médica.

Entonces ocurrió. Empecé a empujar. Vas a tener el parto que querías, cariño, decía O. Yo le escuchaba, le veía sonriéndome, y no me lo creía, no me creía que aquello estuviera a punto de acabar, y que fuera tan fácil. Después de todo lo que había pasado. Después de todo mi embarazo. Aquellas dos ginecólogas me infundieron una confianza brutal al decirme que claro que podía parir, como si estuviera preguntando una tontería, sonriéndome amables. Y empujé, y empujé... a mí me pareció que durante mucho tiempo, pero por lo visto fueron unos pocos minutos. Y creía que no iba a poder, me imaginaba una pelota gigante intentando salir de mi vagina... y O. me decía: ¡ya está R., está saliendo! ¡Ya está, un poco más! Y yo pensaba: me está mintiendo, ¿cómo va a estar saliendo si yo noto algo muy grande ahí, atascado? ¿¿Qué narices hay ahí abajo?? (Podría haber mirado, pero todas mis fuerzas las empleaba en empujar, y tenía los ojos cerrados, estaba muy concentrada. Igual que en el parto de Leo).

Y de repente... ¡Ya está! Alivio, y una hermosa recién nacida apareció ante mis ojos. Yo no lo vi, pero O. sí: primero el culo, luego las piernas, el tronco y los brazos... y la cabeza. Muy fácil y muy rápido, parece ser. 3 kilos y 47,5 cm.

Y allí estaba. Yo la parí. En un parto que apenas duró 2 horas en total. Debí ponerme en completa en poco más de una hora. La gine que me dio el alta me dijo que cuando los partos son así de rápidos, cuando se dilata en tan poco tiempo, las contracciones son así de dolorosas. Por cierto que era la misma gine que me hizo la versión cefálica externa. Ya había hablado con sus compañeras, las que me atendieron en el parto, y me dijo también que Nora nació con un cordón muy corto.

Y lo primero que hizo al asomar el culo, antes de salir del todo, fue cagarse.

De regalo me llevé 5 puntos de episiotomía. La ginecóloga me dijo que había tenido que hacerlo, que me había visto muy justa, y que al ser de nalgas... Vamos, que ella también se acojonó un poquito. Al menos me lo dijo como pidiéndome disculpas por haberlo hecho. No me he librado de la episiotomía en ninguno de mis dos partos. El primero con ventosa y el segundo de nalgas, a ver quién es la valiente que no me raja... En fin.

No me separaron de ella en ningún momento, se enganchó a la teta enseguida, tan despierta... Más tarde se durmió encima de mí. Estuvimos más de dos horas los tres solitos. Me dieron de comer antes de llevarnos a planta. La placenta salió sin problemas, ahora no recuerdo si me pusieron oxitocina para expulsarla. La vía la tenía puesta.

El nacimiento de Nora fue hermoso, salvaje. Fue intenso, doloroso pero lleno de fuerza, de sentido, tenía que ser así después de ese embarazo, de esa angustia por intentar que naciera de forma respetada. Fue luminoso, lleno de luz blanca y potente, de la claridad del agua, de la luz del paritorio, de la piel de las manos de Nora. Tuve la inmensa suerte de encontrar un hospital que atendiera partos de nalgas y que tratara a las mujeres como lo que son: las protagonistas de su parto, personas que están viviendo uno de los momentos más emocionantes e importantes de sus vidas. Por fin experimenté lo que es estar con tu recién nacido, sin traumas, sin penas, sin separaciones. Y lo viví como algo muy normal y natural. Feliz y tranquila, después de ese viaje loco e indomable que fue el parto de mi hija.