martes, 21 de octubre de 2014

Entre gritos y llantos



Así vivimos. Así padezco día tras día. Así me voy cabreando desde la mañana hasta la noche.

Leo está simplemente insoportable. No sé si será una crsis de celos o qué, pero yo no puedo más ya con sus berrinches. Grita como si fuera un cerdo desangrándose, patalea en el suelo y su mal humor llega a límites insospechados. No se le puede ni mirar a veces. Todo te lo dice enfadado y por todo llora y monta un drama.

Se frustra cada vez más fácilmente. Porque no le sale bien el número tres, porque Nora se acerca a su fila de coches, porque cuando me pide... qué se yo, cualquier cosa, le digo que no... No hay tiempo para explicaciones, automaticamente empieza a gritar: ¡¡pero mamá es que yo quiero...!! Por supuesto en cuanto le decimos (con una voz dulcísima) que no grite por favor, empieza la ya clásica performance de apretar puños, poner morritos, cara de ogro, gruñir como si la garganta se estuviera despellejando, ponerse rojo... y luego saltar, tirarse al suelo, darse la vuelta y empezar a correr gritando “NOOO”... Hay diferentes variantes, a cada cual más impactante.

La hora de la ducha y de lavarse los dientes es directamente para que algún vecino llame a la policía. Yo no puedo ni escucharle de lejos, lo hace todo su padre porque me pongo de tan mala ostia que se me ocurren cosas muy chungas.

Los retos son cada minuto. Me mira mientras tira la servilleta al suelo y pone cara de orgullo, por ejemplo. Por supuesto hace mucho ya que no recoge ni medio juguete sin bronca de por medio.

Ayer no recuerdo ya qué quería, pero acabó llorando histérico mientras nos suplicaba que le hiciéramos caso. Yo le digo que cuando deje de chillar y llorar le hago caso, que si no no le entiendo. ¡No puedo mamá, es que no puedo!, me responde chillando aún más. Al final se calmó y ya no volvió a insistir, cambió de tema como si nada. Pero el ejercicio de paciencia que hay que hacer mientras le dura la rabieta a mí me pasa factura, el no saltar, el mantener la calma, el no acabar gritándole tú también a él... Y encima en muchas ocasiones no lo consigo, qué desastre. De ésta me sale una úlcera, en serio, llevo días con dolor de estómago y creo que son nervios y tensión.

Me siento a construir con él, con las piezas de Lego (porque me lo pide) y le da por decir que no le sale... una casita, por ejemplo. Si le digo que no pasa nada, drama. Si le digo que vaya rollo, drama. Si no le digo nada, drama. Es inevitable. Siempre habrá algo que no le saldrá bien y entonces chillará y llorará y tirará las piezas, o romperá el papel en mil trozos si está pintando... Creo que hay que hacer algo con esa ira, creo que debería ayudarle, pero ¿cómo? No se deja. Incluso está empezando a pegarnos a veces, manotazos inofensivos, pero esa no es la cuestión sino el acto de pegar, claro ( cosa que ha empezado a hacer también Nora, por cierto).

Sé que estoy entrando en un círculo vicioso que no nos lleva a ningún sitio (bueno). Necesito romperlo. Con un buen descanso (esto es difícil de conseguir), haciendo algo diferente, poniendo el contador a cero... Respirando muy hondo.

Y como siempre, para añadir más estrés, la sombra de si estaremos pasando algo por alto, de si realmente hay algún problema que no sabemos detectar, esa corazonada mala que no me abandona del todo... Saber que Leo es tan sensible, tan “rígido” a veces, que le cuesta tanto ceder... me da miedo.

Además, se junta Nora, que está haciendo sus pinitos también con las rabietas. Es increíble pero nos va a pasar, nos vamos a juntar con los dos niños en época de rabietas. ¿¿Cómo nos lo montamos tan mal?? Nora además sólo llora y llora, es más pequeña, es más difícil hacerla entender... Y ahí está otra vez el miedo que me impide relajarme. Sé que las rabietas son sólo una fase, pero ella ve a Leo, siempre expresándose a gritos o con llantos, y no quiero que piense que eso es lo que hay que hacer, que es una forma válida de expresarse (¿o es que quizá sí lo es?). Por eso quizá soy más dura de lo que debería, o pierdo antes la paciencia, o me desespero más... Nora grita mucho también, y llora por todo, todo lo pide llorando, y yo ya no sé si es normal o es porque imita a Leo. Y tampoco sé si deberíamos “coartarla” tanto, si no deberíamos dejar que se expresara sin penalizar tanto su forma de hacerlo... Pero el problema es que estamos saturados ya de gritos y berrinches, llevamos dos años así y ahora son por partida doble.

El problema somos nosotros, no ellos. Qué complicado.

La mamitis de Nora crece y crece y a veces yo sólo quiero desaparecer. La de Leo está más controlada, pero está también especialmente mimoso. Hace unas pocas noches me pidió que le durmiera yo, se puso a llorar desconsolado porque quería que me quedara con él toda la noche (él duerme con papá y Nora conmigo). Probamos un par de veces a que el papá durmiera a Nora y yo así poder dormir a Leo, pero Nora lloraba llamándome... No podía ser. Leo se conformó pero ahora todas las noches voy y me tumbo con él un poquito y le cuento una historia. Me abraza mucho y me da muchos besos en esos momentos, casi con ansia.

Nora quiere teta a todas horas, tengo el mamá taladrado en el cerebro y me provoca hasta ansiedad, no hay manera de que esté tranquila con papá ¡e incluso con los abuelos me llama cada dos por tres! Lleva muchos meses yendo con ellos casi a diario, unas horitas por la mañana, y aún sigue llamándome de vez en cuando y hay que entretenerla corriendo. Sigue siendo una lapita y sé que seguirá siendo así mucho tiempo, yo ya no me hago ilusiones.

No tengo tiempo de pararme a pensar, ni tiempo ni fuerzas. Cuando sólo estaba Leo su padre y yo hablábamos sobre sus rabietas, sobre cómo enfrentarnos a ellas. Intentábamos entenderle, nos poníamos en su lugar. Yo leía libros, reflexionaba... Ahora siento que no hacemos nada, sólo sobrevivir a ellas, sólo somos autómatas esperando nuestro descanso y diciendo siempre las mismas frases... No me gusta. Pero los dos demandan y demandan y demandan a la vez... Es una locura.

Sólo espero que el nivel baje un poquito. Creía que habíamos pasado lo peor de ser padres de dos, pero Nora me tiene descolocadísima. Llevo fatal sus ya cercanos dos años... 

Ni imaginarlo quiero.

¡Feliz maternidad! ;-)


sábado, 11 de octubre de 2014

Va de libros (II)

Comenzamos con un libro para bebés. Se trata de ¿Quién está ahí?, de Emile Jadoul, editorial Edelvives, colección texturas. Emile Jadoul es un belga que ha escrito muchísimos cuentos infantiles, me gusta bastante. Hay otro libro suyo llamado Todo el mundo va, que trata sobre el control de esfínteres, muy simpático. 

Éste le gustaba mucho a Leo de pequeño, y a Nora también, desde hace tiempo ya. Yo creo que desde bien pequeños les puede atraer, porque en parte es como un juego, vas llamando a las puertas, abres las páginas y tocas las diferentes texturas. Ahora Nora repite las onomatopeyas (toc toc toc, bum bum bum, tic tic tic...).





El siguiente es ¿Cómo te sientes?, de Anthony Browne, editorial Kalandraka. Un libro estupendo para reconocer sentimientos. Otro de los favoritos de Leo durante mucho tiempo (para él era "el del mono"). Hace poco lo ha descubierto Nora y ya se lo he contado muchas veces, así que para niños de alrededor de dos años o un poco menos es perfectamente válido, aunque también para más mayores. Al final aparecen todas las ilustraciones juntas y jugamos a señalarlas. 




Y por último, ¡Voy a comedte!, de Jean-Marc Derouen, editorial Kókinos. Os dejo el enlace a un artículo de Soñando Duendes, ¡yo sólo os digo que es divertidísimo y muy original! Y sí, como dicen en el post que os enlazo, es un cuento muy muy teatral... Leo y yo hemos "jugado" a este cuento alguna vez. Ah, y otra cosa que me gusta es que está en mayúsculas. Los niños suelen aprender a leer primero con estas letras, así pueden practicar con sus propios cuentos.



miércoles, 1 de octubre de 2014

El colegio de Leo




Los comienzos

Mi hijo ha comenzado este septiembre segundo de infantil. El año pasado le costó mucho adaptarse. Es un niño tímido, no demasiado sociable, al menos aún, y cuando empezó el colegio no tenía los tres años cumplidos. Se empezaba a interesar por otros niños de su edad, pero muy de refilón, y ni de lejos jugaba con ellos sin que yo interviniera. Aún así duraba un par de minutos.

El colegio fue una bomba para él. Nunca había estado escolarizado, además es un niño muy apegado a nosotros y con muchos miedos. Nunca se negó a ir, creo que en el fondo tenía ganas, quería querer. Le habíamos hablado del cole de forma muy positiva y él ya decía en verano "el tole de Leo" cuando pasábamos por allí. Nunca se negó a ir pero en el momento de entrar rompía a llorar llamándome. Y yo me tenía que ir. El pobre no se resistía, entraba obediente mientras otros niños se agarraban a las piernas de sus padres con todas sus fuerzas. Le agradeceré siempre que él no hiciera eso. Pero una vez dentro, rompía a llorar. Y llorando se iba a colgar su abrigo. Cuando le recogía, a veces se alegraba mucho de verme y alguna otra vez me lo encontraba llorando de nuevo. Me consta que ha llorado dentro de clase a lo largo de la mañana, sobretodo las primeras semanas. Y aunque después dejara de llorar, estaba tenso, retraído, sin ni siquiera mirar a su profesora, sin aceptar su ayuda, diciendo todo el rato “mamá, mamá”. Sé que lo pasó muy mal. Su profe no nos lo ocultaba.

Por las tardes era un niño muy rebelde. Siempre lo ha sido, no fue una gran sorpresa, pero estaba claro que soltaba el estrés que en el colegio había acumulado. Además empezó a tener muchos terrores nocturnos, que no sabemos si tuvieron que ver con la escolarización, tenemos otras teorías, pero no sería raro que al menos en parte sí.

Poco a poco se fue soltando dentro de clase, empezó a coger confianza con su profesora, a aceptar y pedir ayuda. A relajarse. A participar en juegos con otros niños, eso sí, siempre en pequeños grupos, en cuanto se juntaban muchos niños él se alejaba o dejaba de participar. Lo que más le gustaba era la asamblea. Creo que la asamblea ayudó mucho a que se adaptara. Era lo primero que hacían y le servía para dejar de llorar. Se sentaba en la colchoneta y según su profe disfrutaba muchísimo con las canciones. ¡Acabó disfrutando incluso de ser el encargado!

A final de curso se desenvolvía muy bien en clase. Iba contento y allí estaba contento. Tampoco es que haya dado saltos de alegría por ir al cole, en cambio sí se alegraba bastante cuando llegaba el finde. Esto me parece lo más normal, la verdad. Le gustaba decir que tenía muchos amiguitos (en clase se llaman todos amigos), se sabía los nombres de todos... Incluso disfrutó en las excursiones (aparentemente, claro, por lo que nos contaba su profe y por cómo le veíamos a él a la vuelta). Yo participé dos o tres veces en actividades de clase y la impresión fue buena. Asumió muy bien las rutinas y normas, era y es un niño “bueno” en clase.

Me sorprendió gratamente ver que al final se había adaptado aceptablemente bien, a pesar de lo que le costó, y ver también que él estaba incluso orgulloso de lo que hacía en el cole.

Leo nunca cuenta cosas del cole. Nada de nada. No sé por qué, pero todo lo que sabemos es por su profesora o por otros padres o niños de su clase. Este año pensé que igual empezaba a contar algo, pero no, tampoco.


El patio

El patio siempre fue su punto débil. A algunos niños les cuesta mucho desenvolverse en el patio. Allí no hay normas, todo es más caótico, más salvaje... Tienen miedo y se sienten inseguros, vulnerables. Eso le pasa a Leo aún a día de hoy. A finales del curso pasado empezó a soltarse más, a pasear, a moverse... Ahora está empezando a hacerlo otra vez. Pero el otro día me decía que no le gustaba, que él prefería estar en clase “porque se está más agustito”. Me lo dice sin ningún atibo de drama, eso sí. Como si me dijera la hora que es.

Lo que definitivamente no hace es jugar con otros niños. En clase por lo visto sí habla y participa de los juegos, como ya he dicho siempre en grupitos pequeños, pero en el patio no. El juego libre para él es básicamente solitario. Incluso en el parque con sus “amigos de toda la vida”, los hijos de mis amigas, es así. A veces a fuerza de inistir y quizá con mi participación algo hace; se columpia con uno, corre con otro, juega un poco a la pelota... Pero aún le falta iniciativa y no sé si interés. Bueno, aún hay tiempo. A veces hasta los 5-6 años parece que no empiezan a tener amigos y jugar con ellos.


El ahora

Este año parece que todo va fluyendo. Desde el primer día sin problemas. Empieza hoy a ir al colegio también por la tarde. El año pasado no iba. Sólo estaba allí de 9:30 a 13 h. En su clase todos dormían siesta y por las tardes no se hacía apenas nada, así que nos quedábamos en casa (y no éramos los únicos). Eso también ayudó a que se adaptara mejor, a que no se “sobrecargara”, creo. Este año ya sí irá, de 9 a 12:30 y de 14:30 a 16 h. Ya no son tan flexibles con eso en segundo de infantil, ya por las tardes sí hacen cosas (y para mí tampoco tendría sentido no llevarle este año, yo he decidido escolarizarle). Come en casa y luego tiene que volver. No me gusta nada el horario partido.


Mi visión

Yo lo pasé también mal el año pasado. Sé la educación que me gustaría que recibiera Leo y no es la que está recibiendo. Me gusta que vaya a un colegio público, me gusta que esté al lado de casa, me gusta en general cómo trabajan, pero es un colegio tradicional. Hay deberes en primaria (y en infantil un poco...), hay libros de texto, hay jerarquía, hay castigos... Hay ideas equivocadas (en mi opinión, claro) sobre lo que es importante y necesario para los niños, hay muchas cosas que no me gustan y en parte son las cosas que yo he vivido como alumna, y yo guardo un recuerdo muy bueno de mi colegio. Pero como madre me gustaría otra cosa para mi hijo, y como ciudadana me gustaría otra cosa para todos los niños y niñas.

En el colegio de Leo se trabaja por proyectos en infantil. Eso significa que las profesoras no se guían por ningún libro de texto. Con lo cual los padres no tenemos que comprarlos. El dinero del material se eleva un poco, eso sí, pero sigue siendo más económico en general, y por supuesto mucho más enriquecedor para los niños. Hay fichas, no es una pedagogía muy innovadora, hay fichas y normas y los niños tienen que estar sentados y en general se les va coartando su libertad y creatividad poquito a poco. Eso es lo que menos me gusta de la escuela “tradicional”. Ahora que soy madre veo lo importante y positivo que es para un niño ser libre, jugar libre, correr libre y desarrollarse libre. No hay más que ver a la sociedad actual, no tenemos más que vernos a nosotros mismos, llenos de prejuicios absurdos, emocionalmente enfermos, cojos, cohibidos, siguiendo el caminito que nos marcan, con miedo a salirnos de él igual que los niños acaban teniendo miedo a salirse de la raya cuando tienen que colorear un dibujo.

Sé que hay otra forma de hacer las cosas. Sé que hay colegios que lo hacen, colegios públicos, “normales”. No es tan difícil ni por supuesto es caro cambiar esto. Sólo hay que querer. Sólo hay que tratar a cada persona (cada niño) como necesita, respetando su individualidad. Y no tener miedo.

En el cole de Leo, en infantil, ya desde tres años, se castiga a los niños a irse a otra clase si en la suya se portan mal. En 3 años te vas a la clase de al lado, ya en 4 años supongo que usarán el consabido “te vas a la clase de los bebés” (aún no lo he comprobado, ójala me equivoque). Los bebés son los de 3 años. Increíble. Increíble que unas profesoras que me consta que tienen sensibilidad, que son buenas personas y buenas profesionales, humillen así a los niños de 4 años, y por ende a los de 3 llamándoles bebés. Pero son cosas que están tan grabadas a fuego que supongo que se hacen sin pensar. ¿Sabéis una canción que cantan los niños para reirse de otros, que dice: “niño bebé, chupete y a la cuna”? Pues eso lo creamos los adultos. Qué prisa por que crezcan, qué prisa por ensalzar a “los mayores”, por menospreciar a los pequeños. Al menos no hay “sillita de pensar”... ¡creo!

En el cole de Leo hay 25 niños en clase. En otros coles hay 26 o incluso 27. Lógicamente hay que tener muchas normas para llevar a una clase de 25 niños de 3 o 4 años. Pero a veces sólo habría que cambiar el chip y no pretender que todos sean iguales, que todos coman lo mismo, que todos hagan lo mismo... Entiendo que son demasiados niños, que eso lo complica todo.

Sé qué colegio he elegido para mis hijos. Sé cuáles son sus limitaciones y cuál es su filosofía. Sabía que había que entrar sin pañal (sí, supongo que si te pones burra y bla bla bla... Pero no, para mí no es ese el camino porque entonces le hubiera metido en otro tipo de colegio). Sabía que yo no podría estar en la adaptación. Sabía que habría deberes y normas que no me iban a gustar (como los malditos desayunos saludables, que muy saludables no son: ¿por qué narices no puede llevar Leo fruta todos los días, por ejemplo? ¿Eso no es saludable? No, es más saludable que los lunes por cojones tenga que llevar un lácteo. ¿Un lácteo? ¿Un batido industrial que es sólo azúcar? ¿Y si no le gustan los yogures, ni el queso? ¿Le llevo un vaso de leche fresca en una neverita? Y los viernes día libre. Puedes llevar un donut de chocolate si quieres. Qué saludable. ¿No sería mejor dar diferentes opciones saludables de verdad y que cada niño o familia elija cada día? ¿Qué problema hay en que no coman todos lo mismo cada día?). Sabía que habría menos libertad para los niños de la que me gustaría, menos creatividad, menos respeto por los ritmos individuales... Sé dónde me (les) he metido. Pero también sé que no voy a pasar por todos los aros. Sé por ejemplo que no voy a permitir que mi hijo no pueda jugar por tener que hacer deberes. Sé que voy a intentar luchar por cambiar lo que esté en mi mano. Vigilo a mi hijo de cerca. Quiero que esté bien. Que se sienta bien. Que le traten bien. Por encima de todo lo demás. Sólo tiene 4 años y su prioridad es jugar, disfrutar. Ser libre.


Su profe y su clase

La profesora de Leo es una buena profesora. Es cariñosa, les abraza, les besa. Es consciente de que son pequeños. Es consciente de que cada uno tiene su ritmo. Pero tiene que imponerles las mismas normas y obligaciones a todos. Y tampoco se sale del caminito. Y las hay peores, ella por ejemplo nunca puso ninguna pega a que Leo no fuera por las tardes al colegio (casi lo propuso ella), y de todas formas decía que eran muy peques para trabajar de verdad en esa hora y media de por la tarde. Que si no dormían, sólo jugaban tranquilos. Y su objetivo para todo el curso pasado era que los niños se adaptaran y se conocieran y se hicieran amigos. Hacía ejercicios vocales con ellos porque muchos aún hablaban mal, a veces sólo se sentaban en la asamblea a charlar si les veía alterados o cansados... Estas cosas dicen mucho de ella, no está obsesionada por que aprendan todos a leer ya... Creo que hemos tenido mucha suerte con ella, y me da la impresión de que en general en todo el ciclo de infantil son así. Están bastante unidas todas y eso hace que el trabajo sea mejor.

Por suerte estoy contenta con el día a día de su clase. Me gusta lo que hacen. Dentro de lo “tradicional”, innovan. Es un colegio muy participativo e incluyente. Las familias hacen talleres, participan en excursiones, colaboran mucho. Los niños salen bastante del aula, manipulan, experimentan... Este curso trabajarán los ecosistemas, los planetas y la comunidad de Madrid. También a Miró durante todo el año. Tienen un sistema de préstamo de cuentos que a Leo le chifla, cada viernes sale emocionado con un cuento nuevo para leer en casa. Y así muchas cositas. Veo que avanza, que se integra, y veo sobretodo que su profesora es una persona con la que se puede hablar y que tiene empatía. La frase que más nos repitió el año pasado cuando la preguntábamos por Leo era: "bueno... poco a poco". Ella hace lo que puede.

Primaria sé que será otro cantar... ¡Pero nos quedan 2 años enteros para ir cambiando cosas!

Os dejo este enlace a un articulito sobre los duros septiembres de los pequeños. Del blog Musicoterapia y maternidad.  Dice las verdades muy claritas: Septiembre huele a humedad: la vuelta al cole.