Comencé a escribir la
historia del destete de Leo en dos entradas anteriores,
“Sobreviviendo al día a día” y “Agitación del amamantamiento”. Esta segunda fue en julio y ya no volví a tocar
el tema. A mediados de septiembre Leo se destetó definitivamente.
Os conté que hacíamos
sólo dos tomas, la de después de la siesta (o después de comer,
porque en verano dejó la siesta) y la de antes de dormir. No las
dejaba pasar nunca, excepto en un par de ocasiones la de la tarde. En
agosto me fui al pueblo con los niños y mis padres y allí no me
pidió ninguna vez... ¡en casi tres días! A la vuelta volvió a su
rutina. Pero yo necesitaba seguir reduciendo, a estas alturas ya
tenía claro que tenía que destetar del todo. Le empecé a decir que
había que acabar con la teta de después de comer, porque a mamá le
dolía y las tetas estaban muy cansadas. La verdad es que a los pocos
días dejó de pedirla. Y al cabo de unos días más la de antes de
dormir, también por indicación mía. Le dije que “tenía que ir
dejándola” y que la sustituiríamos por abrazos y cuentos antes de
ir a dormir. Aquí tenía claro que iba a intentar darle a Leo todo
el tiempo que él necesitara, o al menos todo el tiempo que mi
agitación me permitiera. Lo aceptó bien, en muy pocos días la
había dejado. Yo creo que se había resignado ya. Me pedía teta y
si yo le recordaba lo de los abrazos y los cuentos, me decía que sí.
O me los pedía él directamente y me decía que teta no.
Esto fue a
mediados-finales de septiembre. No recuerdo su última toma. Pero sí
recuerdo que a mediados de octubre, un día que estaba malito, con
fiebre, me la pidió y le dije que no podía ser. Empezó a llorar,
pidiéndola y enfadándose cada vez más. Decía que quería la teta,
que le gustaba mucho. Y yo le decía que no podía ser (tuve muchas
tentaciones de decir que sí pero sabía que podía ser mi perdición,
y que tendría que volver a negársela después...). Se enfadó
muchísimo aunque al final aceptó que le leyera un cuento. Estábamos
en el sofá, muy juntitos, yo leía mientras él se calmaba, y empecé
a llorar en silencio... No sabéis cómo me dolió negarle eso. Ójala
pudiera seguir dándole el pecho y esta agitación no hubiera
aparecido nunca. Ójala no hubiéramos terminado así.
Durante algún tiempo la
siguió pidiendo, por si colaba, supongo, y me seguía diciendo lo
que decía al principio de nacer Nora: “esta teta para mí, y ésta
para Nora. Ésta es mía, y ésta de Nora”. Ahora ya no dice eso,
pero de vez en cuando me pide que le enseñe las tetas, que quiere
verlas, y sonríe cuando las ve.
Hace unos días aprovechó
que Nora estaba mamando para darme un beso en una de ellas. Fue un
beso mágico, de los que nos damos cuando estamos malitos o nos duele
algo, para curarnos...
Tengo muchas tentaciones
últimamente de hablar con él sobre esto, de preguntarle: “¿te
acuerdas de cuando tomabas teta?”. Pero me da miedo, me da mucho
miedo que de repente me la pida y yo tenga que negársela otra vez. Y
sé que me una parte de mí querría no hacerlo y ver qué ocurre; si
se sigue acordando de mamar, si me sigue resultando incómodo... La
verdad es que lo pienso y creo que sí, que sentiría de nuevo
agitación.
Sé que antes o después
hablaré con él de la teta, de su teta, porque no quiero que se
convierta en un tema tabú. Sé que esta historia no llegará a su
final hasta que esto pase. Él me ve con Nora, me dice cuándo quiere
teta ella y alguna vez me ha dicho que él no toma teta porque es
mayor y Nora es pequeña (y yo jamás le he dicho eso).
Recuerdo las tomas de los
últimos tiempos y son un poco agridulces: yo sabía que se acababa,
que tenía que ser así, y a la vez miraba a Leo, desde ese punto de
vista que da la lactancia, y era tan bonito, estaba tan guapo y le
sentía tan “refugiado”, tan calmado, como haciendo una pausa en
su vida, como aprovechando cada segundo en mi pecho, como si él
también supiera que era el final...
Sé que la lactancia ha
ayudado mucho a Leo, aunque en los últimos tiempos era también
fuente de conflictos y de penas, pero eso era culpa mía, de esa
mierda de agitación. Quizá si hubiéramos podido seguir sin dolor
ni sufrimiento yo hubiera querido también reducir tomas, quizá las
hubiera reducido y ahora Leo seguiría tomando una o dos veces al
día. Quizá le hubiera destetado de noche y ya. O quizá de
cualquier forma hubiera llegado el destete, siempre partiendo de mí,
eso lo tengo muy claro, porque Leo se agarra a su papá y a su mamá
muchísimo aún.
Darle el pecho a Leo ha
sido una de las cosas más especiales, hermosas, importantes y
trascendentales que he hecho en la vida. Sé que le ha ayudado de
múltiples maneras: cuando ha estado malo, en su faceta de “mal
comedor”, para conciliar el sueño; ha sido su refugio, su vía de
escape... Ha sido sinceridad pura... y dura. Pero sobretodo, ha sido
un intercambio de amor.
Gracias Leo.