sábado, 3 de mayo de 2014

El nacimiento de Nora




La noche del 15 al 16 de enero de 2013 Nora estaba muy activa, moviéndose mucho, y yo tuve unas cuantas contracciones. Eso no era raro, llevaba con ellas desde hacía mucho ya, esporádicas, casi siempre nocturnas, cuando me relajaba por fin en el sofá después de que Leo se acostara. Luego O. me diría que en ese momento sospechó que me pondría de parto. Yo estaba tranquila, por la mañana tenía matrona, la cita de las 39 semanas, y en mi cabeza me había marcado ese día como el típico "a partir de aquí que salga cuando quiera".

Bueno, casi me hace caso. Jeje.

Esa noche tuve algo de imsomnio, nada nuevo, y dormí fatal, nada nuevo tampoco. A la mañana siguiente, miércoles, O. se levantó con Leo sobre las 8. Hacia las 8:45 me despertó una contracción... Uf. A los pocos minutos otra... Eran como las que había tenido anteriormente, ya dolorosas, pero nada demasiado horrible. Aunque recuerdo que pensé algo así como “joder, cómo duele; va, déjame tranquila un poco más...”. De repente, cuando acabó la segunda contracción... rompí la bolsa. A saco. Estaba tumbada en la cama y noté el líquido muy caliente. ¡¡Ha empezado!! Me levanté y vi que aquello era transparente como el agua. Bien. Llegué hasta el salón y le dije a O.: he roto la bolsa. Él estaba tumbado en el sofá intentando dormitar mientras Leo jugaba (o le daba el coñazo, que diría él). Se levantó corriendo y dijo: ¿¿llamo a tus padres?? -No, espera, me voy a dar una ducha.

Hasta entonces no tenía apenas contracciones, de hecho se me pasó por la cabeza que romper la bolsa así era una putada, porque ¿¿dónde están mis contracciones?? A ver si ahora el parto no iba a empezar y yo con la bolsa rota, con lo que eso supone en los protocolos hospitalarios... Pero no, mis contracciones estaban ahí, cogiendo carrerilla toooodas juntas!!

En la ducha empezaron. Genial, pensé. Esto ha comenzado de verdad. Qué nervios. Empezaron, empezaron... y cada vez más fuertes. El agua caliente en los riñones me aliviaba. Cuando salí el tema estaba ya chungo. Me medio vestí y enseguida me tiré a la cama, a cuatro patas, a encajar las contracciones. Oscar empezó a hacer la bolsa mientras Leo empezaba a flipar con su madre.

-De verdad creo que deberías llamar a tus padres, R.

-Vale.

Llamé, toda digna yo. Venid ya, pero con calma, no hay prisa pero id viniendo (mis padres viven a menos de 10 minutos en coche y cuando llamé estaban aún acostados). Y un huevo. A los pocos minutos estaba gritando: ¡AAAAAAAAH! con cada contracción como si me estuvieran matando. Leo a mi lado, mirándome. No pasa nada cariño, es que Nora va a salir. O. se lo llevó al salón. Yo pegaba manotazos en el colchón. ¡¡Tenemos que irnos YAAAAAAAAAAAAAAA!! Ahí me empecé a acojonar del todo. Mientras tanto, en un arranque de serenidad, aplomo o inconsciencia, aún no lo tengo claro, O. decidió que iba a desayunar algo y después se fumó un cigarro mientras escribía a unos amigos con los que había quedado para una cosa de curro. No sé quién tuvo más huevos, si él o yo, jajaja!! Leo quería desayunar también, pero le dijo que tendría que esperar a los abuelos.

Mientras tanto yo me metí de nuevo en la ducha. No soportaba el dolor y pensé que el agua me aliviaría algo. Estaba fatal ya. Oscar me tuvo que ayudar a vestirme después.

Mis padres llegaron. Desesperación. ¿Cómo voy a llegar hasta el coche? Tenía que cruzar toda mi urbanización hasta llegar a la calle. Sólo llegar al ascensor de pie me parecía imposible. Lo recuerdo ahora y vuelvo a sufrirlo, era una distancia insalvable para mí. O. me agarraba, cuando me venía una contracción yo le apretaba la mano con todas mis fuerzas. Caminaba encorvada. Mi padre se adelantó para poner el coche en marcha. No nos cruzamos con nadie, y es raro, porque vivo en una urbanización muy grande. Hubieran alucinado. Me dolía tanto, tanto... TANTÍSIMO.

Cuando llegué al coche pensé que no iba a poder, no iba a poder entrar ahí, era una tortura demasiado grande, era imposible. Quería llorar. Me arrodillé en el suelo de los asientos traseros y apoyé la cabeza en ellos. Con una mano agarraba la sillita de Leo, que estaba puesta allí. Con la otra la de Oscar, que iba de copiloto al lado de mi padre porque a mi lado estaba la silla. Y arrancamos.

No sé cómo pude tener tanto autocontrol, a la vez que estaba tan descontrolada. Sólo gritaba, gritaba mucho y me aguantaba las ganas de empujar muriéndome de dolor y de una especie de pánico. Quería llorar pero no podía, era como si supiera que entonces estaría perdida, que entonces ya abandonaría y pariría en el coche, a Nora, de nalgas, y la pondría en peligro de muerte y además daría todo igual porque yo moriría antes de dolor. Me costaba tanto mantenerme entera... Me dijeron 3 ó 4 veces que ya faltaba muy poco. El cabrón de mi padre se pasó la salida de la autovía, no me lo dijeron, claro, pero fueron unos 8 ó 9 minutos más de agonía. O. me contó que cuando mi padre se lo murmuró no supo ni qué decir.

En el viaje pensé de todo, pero principalmente que necesitaba, NECESITABA la epidural. Incluso llegué a pensar que ójala me hicieran una cesárea, para no sentir nada, para dejar de sentir ese dolor tan sobrehumano. Solo podía gritar y contenía los pujos no sé cómo.

Debimos llegar al hospital sobre las 10 y pico... Nora nació a las 10:55. Mi padre entró corriendo a avisar.

-La tarjeta sanitaria?

-Qué tarjeta! Que alguien vaya a por ella ya!!!

Yo vi llegar una silla de ruedas conducida por... ¡un segurata! -Vamos, sube. Él y otro compañero suyo empezaron a llevarme por los pasillos hasta que les relevó un celador. O. se retrasó unos segundos pero enseguida me alcanzó. No sé si fue el segurata o el celador quien avisó a paritorios, supongo, diciendo: tenemos aquí a una chica de parto, está muy apurada.

¿¿Apurada?? Me hubiera reído si no estuviera sufriendo el dolor más intenso de mi vida. Creo que jamás olvidaré ese adjetivo.

Le iba diciendo a todo el mundo que la niña estaba de nalgas; en algún momento alguien me soltó: ya lo sé. Ya estaba en paritorios. Una matrona me llevó a una habitación. “Aquí mismo”, creo que oí. Yo estaba en otro planeta. Empecé a suplicar por la epidural. Llegaron dos ginecólogas, me colocaron en el potro, en la clásica postura con las piernas para arriba. Me hicieron un tacto; lo que me costó ponerme boca arriba, madre mía... “Estás en completa”.

Vale, ahí empecé a entender un poco la situación. Claro que estaba en completa, qué tonta, a pesar de que me moría de ganas de empujar, no lo había pensado. Quizá no había querido hacerlo, quizá si lo hubiera hecho me hubiera puesto a empujar sin remedio en el coche.

-Necesito la epidural.

-¿Qué epidural, R.? No hay tiempo, está ya aquí. Empuja.

Empuja. Me lo tuvo que repetir un par de veces, pero fue la palabra mágica. -¿Entonces puedo parir? -Claro que puedes parir (creo que me hicieron una eco en algún momento, pero no estoy segura). -¿Pero tú sabes atender partos de nalgas? (creo que era la jefa de Servicio, que estaba supervisando a la otra que estaba por allí). -Entonces tienes experiencia, ¿no? preguntó O. La tía debió de pensar que vaya par de listillos, casi le hacemos sacar su título de médica.

Entonces ocurrió. Empecé a empujar. Vas a tener el parto que querías, cariño, decía O. Yo le escuchaba, le veía sonriéndome, y no me lo creía, no me creía que aquello estuviera a punto de acabar, y que fuera tan fácil. Después de todo lo que había pasado. Después de todo mi embarazo. Aquellas dos ginecólogas me infundieron una confianza brutal al decirme que claro que podía parir, como si estuviera preguntando una tontería, sonriéndome amables. Y empujé, y empujé... a mí me pareció que durante mucho tiempo, pero por lo visto fueron unos pocos minutos. Y creía que no iba a poder, me imaginaba una pelota gigante intentando salir de mi vagina... y O. me decía: ¡ya está R., está saliendo! ¡Ya está, un poco más! Y yo pensaba: me está mintiendo, ¿cómo va a estar saliendo si yo noto algo muy grande ahí, atascado? ¿¿Qué narices hay ahí abajo?? (Podría haber mirado, pero todas mis fuerzas las empleaba en empujar, y tenía los ojos cerrados, estaba muy concentrada. Igual que en el parto de Leo).

Y de repente... ¡Ya está! Alivio, y una hermosa recién nacida apareció ante mis ojos. Yo no lo vi, pero O. sí: primero el culo, luego las piernas, el tronco y los brazos... y la cabeza. Muy fácil y muy rápido, parece ser. 3 kilos y 47,5 cm.

Y allí estaba. Yo la parí. En un parto que apenas duró 2 horas en total. Debí ponerme en completa en poco más de una hora. La gine que me dio el alta me dijo que cuando los partos son así de rápidos, cuando se dilata en tan poco tiempo, las contracciones son así de dolorosas. Por cierto que era la misma gine que me hizo la versión cefálica externa. Ya había hablado con sus compañeras, las que me atendieron en el parto, y me dijo también que Nora nació con un cordón muy corto.

Y lo primero que hizo al asomar el culo, antes de salir del todo, fue cagarse.

De regalo me llevé 5 puntos de episiotomía. La ginecóloga me dijo que había tenido que hacerlo, que me había visto muy justa, y que al ser de nalgas... Vamos, que ella también se acojonó un poquito. Al menos me lo dijo como pidiéndome disculpas por haberlo hecho. No me he librado de la episiotomía en ninguno de mis dos partos. El primero con ventosa y el segundo de nalgas, a ver quién es la valiente que no me raja... En fin.

No me separaron de ella en ningún momento, se enganchó a la teta enseguida, tan despierta... Más tarde se durmió encima de mí. Estuvimos más de dos horas los tres solitos. Me dieron de comer antes de llevarnos a planta. La placenta salió sin problemas, ahora no recuerdo si me pusieron oxitocina para expulsarla. La vía la tenía puesta.

El nacimiento de Nora fue hermoso, salvaje. Fue intenso, doloroso pero lleno de fuerza, de sentido, tenía que ser así después de ese embarazo, de esa angustia por intentar que naciera de forma respetada. Fue luminoso, lleno de luz blanca y potente, de la claridad del agua, de la luz del paritorio, de la piel de las manos de Nora. Tuve la inmensa suerte de encontrar un hospital que atendiera partos de nalgas y que tratara a las mujeres como lo que son: las protagonistas de su parto, personas que están viviendo uno de los momentos más emocionantes e importantes de sus vidas. Por fin experimenté lo que es estar con tu recién nacido, sin traumas, sin penas, sin separaciones. Y lo viví como algo muy normal y natural. Feliz y tranquila, después de ese viaje loco e indomable que fue el parto de mi hija.
 


 

6 comentarios:

  1. Precioso parto bichilla, cuántos recuerdos me traes. Mil besos valiente.
    Marizza.

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  2. Que parto tan bonito!!! Ojalá todas las mujeres pudieran parir como desean.
    Besitos

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  3. Wuauuu qué alucinante! De nalgas! Cuánta intensidad y cuánta sinceridad en tu estilo. Enhorabuena por esa vivencia salvaje y poderosa

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  4. Preciosa entrada, recordar los partos es precioso! Oleee por ese parto de nalgas, ayy Ernesto nació (o mejor dicho lo sacaron) por cesárea por venir de nalgas, era el primero y no tuve tu valentía, me alegra muuuucho leer nacimientos felices de nalgas, gracias por compartir! Besazos playeros.

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  5. Que bonito parto y que bien lo has contado. Me alegro que pudieras vivir el parto respetado que deseabas, eso es una gran suerte. Un beso!

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  6. Impresionante de verdad, me alegro tanto de que tuvieras tu parto! Chapó por el hospital y sus profesionales! Y por vosotros porque confiasteis en ti y en Nora! :D

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