miércoles, 5 de marzo de 2014

El nacimiento de Leo (y III)

...Llevaba unas tres horas de expulsivo y estaba cansada, desanimada... y Sonia entró y me dijo que se acababa, que entraba la ginecóloga. Y entró, junto con otro ginecólogo y dos o tres personas más (enfermeras? pediatra?). Sacaron las patas ésas del potro, me tumbaron (con la espalda en vertical casi, al menos), enchufaron un foco hacia mi vagina, cuánta luz... Y me pusieron algo en el gotero. Pensé que era oxitocina, aunque no sentí ningún cambio en mis contracciones, así que quizá fuera suero. Y entonces la gine sacó la ventosa, yo no quise mirar, O. me la describió después. Por lo visto era muy pequeña, aunque yo la sentía gigante dentro de mí. Me abrieron tanto las piernas, y sentí mi vagina tan abierta también, que pensé que me rompía. Me dolió, pero era como si estuviera un poco insensibilizada. Y entonces me dijeron que empujara. Y empecé a empujar. Y todos me decían: ¡¡muy bien, venga ánimo, muy bien!!

De repente el ginecólogo que se había puesto a mi izquierda me dijo que no tenía que empujar así, que lo estaba haciendo mal y que tenía que agarrarme al arco del potro por sus extremos, no por arriba, que si no no hacía fuerza bien. Me sonó muy estúpido, pero yo estaba en modo “niña buena”, quería que todo terminara sin más complicaciones, así que le hice caso. Alargué los brazos y me agarré dejándolos casi en cruz. Una mierda, así no podía empujar. Cambié a la posición anterior. Y le oí decir: nonononono, mal, mal... Y mientras yo empujaba, en medio de la contracción, añadió: déjalo, que no empujes, ya no sirve para nada lo que haces, muy mal! Increíble, aún hoy no puedo entender cómo ese imbécil pudo decirme eso en medio de un pujo, en un parto con ventosa, después de 3 horas de expulsivo. Quise insultarle, gritarle, pero una vez más mi vocecilla del subconsciente apareció para decirme que tenía cosas más importantes de las que ocuparme. Por cierto, el resto de los que estaban allí seguía animándome y es más, decían que empujaba muy bien. Alucinante.

Le dije a la gine que por favor no me cortara si no era necesario. Me dijo que lo intentaría pero que si tenía que hacerlo lo haría. Me sonó un poco a “sisisí, tú a lo tuyo y yo a lo mío”. Me cortó, 4 puntos de episiotomía. Sentí cómo me rajaba perfectamente. Físicamente no dolió, era como si tuviera anestesia. Pero me sentí derrotada, fracasada. Al final no me había librado. Bueno, ya lo pensarás luego R., ahora a empujar.

¡¡Joder lo que costó que saliera!! Yo pensaba que lo de la ventosa era un pispás, pero se me hizo eterno. O. me contó que la doctora tiraba con todas sus fuerzas!! La palabra cesárea pasó por mi mente... Será posible que esto acabe así?? No puede ser!!

De repente todo el mundo empezó a decir: venga que ya sale, venga R., venga empuja, ahora, ahora!!!! Noté que era diferente a las otras veces, que esta vez sí era la definitiva. El tono de voz de O. me lo dijo, estaba viendo a Leo!!! Empujé con toooodas mis fuerzas; pensé: voy a romperme pero ya qué más da, a la mieeeerdaaaaa!!!!!

Y Leo salió. Eran las 19:33 h.

Es curioso pero lo recuerdo todo como difuminado, como si estuviera tan drogada que no pudiera percibir bien las cosas. Estaba como en shock. Me acercaron a mi hijo, lo cogí y dije: no cortéis el cordón todavía! Sonia me dijo: ya lo han cortado. Ah, pensé. Otro fracaso más.

Pero ahí estaba él, en mi pecho, en mis brazos. Recuerdo que pensé: ¡qué grande! (no tanto, 3,300 kg. y 50 cm., pero yo lo vi así). Estaba blandito y calentito... O. se puso a mi lado y empezamos a llamarle: Leo, hola Leo, hola cariño... Yo sólo quería que me mirara a mí, oí a su padre llamarle y pensé: no, no le llames tú, estamos él y yo, es mi momento... (un poco egoista, sí, lo reconozco, pero tengo excusa, le acababa de parir). Me miró, me miraba... Y yo era feliz. La pediatra le auscultó y se lo llevaron un momento a la cuna a aspirarle, creo (echó el meconio antes de salir de mí), a ponerle la vitamina K, el colirio... Le dije a O.: ¡ve con él, no le pierdas de vista! Luego él no me supo decir qué le habían hecho. Supongo que estaba también en estado de shock.

Me lo devolvieron enseguida y entonces la pediatra me dio la noticia: oía un ruido en el bebé y se lo iba a tener que llevar a neonatos a observarle. -Es necesario? -Claro. Os doy unos minutos más y vuelvo para auscultarle de nuevo.

Se hizo muy corto... Volvió, le auscultó... y se lo llevó. Y aquí empezó una separación de casi 24 horas. Pero eso, como dicen por ahí, es otra historia, y la contaré en otra ocasión. Aunque en realidad forma parte de la misma y siempre será así.

El nacimiento de Leo fue hermoso, fue calmado, fue pausado y rítmico, fue poderoso y grande. Fue de color gris, gris tormenta, gris cálido, gris desnudo e íntimo. Quién sabe cómo hubiera terminado de haberlo vivido en otro hospital, en otro lugar... Quizá mejor, quizá sin ventosa ni episiotomía... Quizá sin separación... o sin esa separación. Lo que sé es que tuve la inmensa suerte de encontrarme con una matrona que me trató como lo que yo era en aquel momento: una mujer empoderada, válida y valiente, segura de sí misma y con ganas de experimentar una de las mejores cosas que puede experimentar una mujer. Y tuve la inmensa suerte de poder llenarme de ese maravilloso cóctel de hormonas que me hizo parir sin dolor y con placer, y tuve la inmensa suerte de mirar a mi hijo a los ojos antes de que me lo quitaran y enamorarme de él en ese mismo instante.


2 comentarios:

  1. Que hermoso como lo cuentas! Me ha encantado leerte. Quizas no estabas de expulsivo cuando creiais y por eso duró tanto.

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  2. He estado enganchada a cada palabra desde la primera parte. Seguro q a Leo un dia le gustará leer cómo vino al mundo

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