...Llevaba unas tres horas
de expulsivo y estaba cansada, desanimada... y Sonia entró y me
dijo que se acababa, que entraba la ginecóloga. Y entró, junto con
otro ginecólogo y dos o tres personas más (enfermeras? pediatra?).
Sacaron las patas ésas del potro, me tumbaron (con la espalda en
vertical casi, al menos), enchufaron un foco hacia mi vagina, cuánta
luz... Y me pusieron algo en el gotero. Pensé que era oxitocina,
aunque no sentí ningún cambio en mis contracciones, así que quizá
fuera suero. Y entonces la gine sacó la ventosa, yo no quise mirar,
O. me la describió después. Por lo visto era muy pequeña, aunque
yo la sentía gigante dentro de mí. Me abrieron tanto las piernas, y
sentí mi vagina tan abierta también, que pensé que me rompía. Me
dolió, pero era como si estuviera un poco insensibilizada. Y
entonces me dijeron que empujara. Y empecé a empujar. Y todos me
decían: ¡¡muy bien, venga ánimo, muy bien!!
De repente el ginecólogo
que se había puesto a mi izquierda me dijo que no tenía que empujar
así, que lo estaba haciendo mal y que tenía que agarrarme al arco
del potro por sus extremos, no por arriba, que si no no hacía fuerza
bien. Me sonó muy estúpido, pero yo estaba en modo “niña buena”,
quería que todo terminara sin más complicaciones, así que le hice
caso. Alargué los brazos y me agarré dejándolos casi en cruz. Una
mierda, así no podía empujar. Cambié a la posición anterior. Y le
oí decir: nonononono, mal, mal... Y mientras yo empujaba, en medio
de la contracción, añadió: déjalo, que no empujes, ya no sirve
para nada lo que haces, muy mal! Increíble, aún hoy no puedo
entender cómo ese imbécil pudo decirme eso en medio de un pujo, en
un parto con ventosa, después de 3 horas de expulsivo. Quise
insultarle, gritarle, pero una vez más mi vocecilla del
subconsciente apareció para decirme que tenía cosas más
importantes de las que ocuparme. Por cierto, el resto de los que
estaban allí seguía animándome y es más, decían que empujaba muy
bien. Alucinante.
Le dije a la gine que por
favor no me cortara si no era necesario. Me dijo que lo intentaría
pero que si tenía que hacerlo lo haría. Me sonó un poco a “sisisí,
tú a lo tuyo y yo a lo mío”. Me cortó, 4 puntos de episiotomía.
Sentí cómo me rajaba perfectamente. Físicamente no dolió, era
como si tuviera anestesia. Pero me sentí derrotada, fracasada. Al
final no me había librado. Bueno, ya lo pensarás luego R., ahora a
empujar.
¡¡Joder lo que costó
que saliera!! Yo pensaba que lo de la ventosa era un pispás, pero se
me hizo eterno. O. me contó que la doctora tiraba con todas sus
fuerzas!! La palabra cesárea pasó por mi mente... Será posible que
esto acabe así?? No puede ser!!
De repente todo el mundo
empezó a decir: venga que ya sale, venga R., venga empuja, ahora,
ahora!!!! Noté que era diferente a las otras veces, que esta vez sí
era la definitiva. El tono de voz de O. me lo dijo, estaba viendo a
Leo!!! Empujé con toooodas mis fuerzas; pensé: voy a romperme pero
ya qué más da, a la mieeeerdaaaaa!!!!!
Y Leo salió. Eran las
19:33 h.
Es curioso pero lo
recuerdo todo como difuminado, como si estuviera tan drogada que no
pudiera percibir bien las cosas. Estaba como en shock. Me acercaron a
mi hijo, lo cogí y dije: no cortéis el cordón todavía! Sonia me
dijo: ya lo han cortado. Ah, pensé. Otro fracaso más.
Pero ahí estaba él, en
mi pecho, en mis brazos. Recuerdo que pensé: ¡qué grande! (no
tanto, 3,300 kg. y 50 cm., pero yo lo vi así). Estaba blandito y
calentito... O. se puso a mi lado y empezamos a llamarle: Leo, hola
Leo, hola cariño... Yo sólo quería que me mirara a mí, oí a su
padre llamarle y pensé: no, no le llames tú, estamos él y yo, es
mi momento... (un poco egoista, sí, lo reconozco, pero tengo excusa,
le acababa de parir). Me miró, me miraba... Y yo era feliz. La
pediatra le auscultó y se lo llevaron un momento a la cuna a
aspirarle, creo (echó el meconio antes de salir de mí), a ponerle
la vitamina K, el colirio... Le dije a O.: ¡ve con él, no le pierdas
de vista! Luego él no me supo decir qué le habían hecho. Supongo
que estaba también en estado de shock.
Me lo devolvieron
enseguida y entonces la pediatra me dio la noticia: oía un ruido en
el bebé y se lo iba a tener que llevar a neonatos a observarle. -Es
necesario? -Claro. Os doy unos minutos más y vuelvo para auscultarle
de nuevo.
Se hizo muy corto...
Volvió, le auscultó... y se lo llevó. Y aquí empezó una
separación de casi 24 horas. Pero eso, como dicen por ahí, es otra
historia, y la contaré en otra ocasión. Aunque en realidad forma
parte de la misma y siempre será así.
El nacimiento de Leo fue
hermoso, fue calmado, fue pausado y rítmico, fue poderoso y grande.
Fue de color gris, gris tormenta, gris cálido, gris desnudo e
íntimo. Quién sabe cómo hubiera terminado de haberlo vivido en
otro hospital, en otro lugar... Quizá mejor, quizá sin ventosa ni
episiotomía... Quizá sin separación... o sin esa separación. Lo
que sé es que tuve la inmensa suerte de encontrarme con una matrona
que me trató como lo que yo era en aquel momento: una mujer empoderada,
válida y valiente, segura de sí misma y con ganas de experimentar
una de las mejores cosas que puede experimentar una mujer. Y tuve la
inmensa suerte de poder llenarme de ese maravilloso cóctel de
hormonas que me hizo parir sin dolor y con placer, y tuve la inmensa
suerte de mirar a mi hijo a los ojos antes de que me lo quitaran y
enamorarme de él en ese mismo instante.
Que hermoso como lo cuentas! Me ha encantado leerte. Quizas no estabas de expulsivo cuando creiais y por eso duró tanto.
ResponderEliminarHe estado enganchada a cada palabra desde la primera parte. Seguro q a Leo un dia le gustará leer cómo vino al mundo
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