(Hace unas tres semanas,
después del cole)
Tarde en el parque. A la
sombra, en un banco, fuera del vallado donde están los columpios.
Estoy con una madre de la clase de Leo, su hija y él corretean
cerca, meriendan, remeriendan, se aburren un rato, se entretienen
otro... Mientras, Nora muy cerquita de mamá, casi no pide ni
columpios. Le da por comerse un poco de tierra, juega un poco con
Leo, merienda (más bien picotea...).
Leo viene desde los
columpios: -Mamá, quiero una espada.
Yo pienso: “¿una
espada? A saber a qué viene esto ahora”. Se vuelve a los columpios
y al poco rato Nora me pide ir al tobogán. Allí está Leo y su
nuevo objeto de deseo: una espada de juguete que lleva un niño de su
edad.
-Mamá, ¿me compras una
espada?
-No, hijo, no puede ser.
-Jooooo mamá, ¿por qué?
-Porque no podemos
comprar juguetes todo el rato.
Empieza el berrinche, el
llanto, los gritos. El drama. El niño portador de la espada se
acerca y le dice: “no te la voy a dejar. Cuando sea tu cumpleaños
te pides una”.
En ese momento se oye un
grito: “¿¿cómo?? ¡Muy mal, muy mal! ¡No le digas eso, encima
de que no le dejas la espada!”.
Y aquí empieza el acoso
y derribo hacia esa madre por parte de mi hijo, y esa madre se alía
con mi hijo y contra el suyo propio, llegando incluso a quitarle la
espada por la fuerza provocando una rabieta del pequeño, que lleno
de furia ante tanta injusticia se la quita ipso facto de las manos a
su madre. Leo lo observa todo impertérrito, él va a lo suyo, a su
objetivo: la espada. Alucinada observo cómo esa madre y mi hijo se
pasean por todo el parque detrás de ese niño, cómo hablan,
confabulan, se hacen cómplices... No me meto, ellos sabrán. Pero la
mujer empieza a discutir con un hombre con el que está y Leo está
allí pegado a ella, apoyado en su bolso, y yo le llamo. No quiero
que esté tan cerca en ese momento.
-Nos vamos a ir.
-¡No!
-Sí, Leo, es tarde ya y
me quiero ir a casa. En cuanto Nora baje del tobogán.
-Yo quiero la espada.
-Leo, no te la va a dejar
-¡¿Por qué?!
-Porque no quiere, y
nosotros nos vamos.
-Vaaale.
Para nada me creo ese
vale. En todo este rato me ha soltado varios gritos, cada
vez que yo le negaba la compra de una espada o le decía que nos
íbamos a ir.
Respiro. -Nora, nos vamos
a ir.
-¡No!
Llevo desde las 4 en el
parque con ellos, son las 7 casi y veo que empieza la “happy hour”
por partida doble. Que me pille en casa, al menos. Después de varios
avisos a Nora le digo a Leo (que sigue con la señora esa) que nos
vamos ya y cojo a Nora del tobogán. Ella llora (muy fuerte)
mientras Leo llora también porque nos vamos (muy fuerte). Una gran
salida, por la puerta grande. A nosotros nos gusta así.
De camino a casa le
convenzo para hacer una espada con cartón y palos de polo de madera.
Aún tiene dos o tres mini berrinches porque cuando está así todo
le parece mal y todo se le hace un mundo, pero le gusta la idea. Voy pensando cómo la vamos a hacer por el camino. Cuando llegamos la hacemos mientras Nora me ronda. Le doy a ella unas
tijeras para que corte papel y se entretiene en su trona, hasta que
veo que se está comiendo el papel. La bajo. Minutos después la subo
para darle colores para que dibuje. De vez en cuando se va al
estudio donde el papá la entretiene con los instrumentos musicales
intentando que no los rompa. La espada está casi.
A Leo le encanta. Se pone
a jugar con ella y a tocar con papá y Nora. Yo recojo.
Llega el baño. A
regañadientes acceden, porque les dejamos jugar un poco con los
cubitos. El momento de lavar el pelo es el peor. Nora está ya en las
últimas. Según sale del baño en brazos de papá me empieza a
llamar medio llorosa. Lleva así todo el día (¿o toda su vida?). La
cojo. Se pone a jugar desnuda en mi regazo. Llega el momento. Hay que
ponerle el pañal y el pijama. Da igual cómo lo hagamos, acaba cada
noche en berrinche. Y así es hoy también. Llora desesperada, la
visto a la fuerza, me cuesta, y ella hipa, diciendo “pishama
no, quita el pishama”. Me duelen los oídos. Llora muy
fuerte, berrea. Chilla. Está congestionada, alteradísima. Yo
también, y el papá. Cansa convivir con una pequeña de dos años
que llora y llora y además demanda 800 cosas diferentes en un
intervalo de 15 minutos.
Llega la cena. Nora
apenas come. Muchas veces es así. Bueno, no lo lucho, eso me da bastante igual.
La bajo de la trona. A lavarse los dientes. Leo también. Y otra vez
a llorar. Los dos. No quieren. Leo siempre se resiste, llora,
protesta, hace huelga. Nora empieza con su “mamá, mamá”
llorando y pidiendo brazos, sólo porque me he alejado dos pasos de
ella. Yo me enfado, no puedo más, “¡¿pero qué pasa aquí?!,
digo. ¡¡Basta ya de llorar!! Voy hacia el baño, el papá se cabrea
porque Nora empieza a llamarme como si me hubiera volatilizado de
repente, ya no puede con tanto mamá mamá y la coge, la lleva al
baño también y empieza él a lavarle los dientes, mientras ella
llora y llora reclamándome. Quiere que lo haga yo. Leo ha venido
llorando también, se los lavo yo a él. Qué caos y qué dolor de
oídos.
El papá dice que no hay
cuento, que a la cama ya mismo. Me llevo a Nora a la cama llorando,
Leo se va a la suya llorando, no hay besos, no hay buenas noches, no
hay nada. Llantos. Los dos se duermen rapidísimo.
De todas formas es habitual que haya llantos al despedirnos de noche. Leo siempre quiere abrazarse con
Nora y besarse para darse las buenas noches y ella siempre se niega,
sólo le dice adiós y le tira un beso desde la puerta. Leo no lo
soporta. Siempre llora.
Madre mía, y ni siquiera
ha sido una mala tarde, ha habido ratos en los que han estado
entretenidos, sobretodo Leo, que cada vez juega más a su bola y es
más sociable.
Pero es que es llorar, y
llorar, y llorar...y pedir, y pedir, y pedir... y reclamar a mamá,
todo el rato... Y no, no todos los niños son iguales. PARA NADA. Y
te pilla un día malo (que tú ni sabías que era malo) con una doble
rabieta al cuadrado multiplicada por dos, y...
Que no, que yo no me creo
que la gente tenga el tercer hijo después de tener dos como los
míos. No me lo trago.
Feliz maternidad... ¿no?
;-)
PD.: Dos días después la espada no le interesaba lo más mínimo, es más, se niega a jugar con ella, dice que ya no le gusta. Esto le pasa muchísimo últimamente, se encapricha con algo hasta la extenuación y en cuanto lo consigue pierde todo su interés. Le estoy empezando a explicar que esto es así; cuando veo que sólo le interesa obtener algo y no ese algo se lo digo. Pero no creáis que se deja convencer... Supongo que aún es difícil de entender para él.