Verano de luz, de sol.
Verano de alegrías, de calma, de paz.
Tardes oscuras, persianas
bajadas y ventiladores girando. La hora de la tele y de la siesta. Y
del parchís a veces.
Tardes de piscina, de
saltos, de giros, de hacerse anchos. De juegos.
Tardes de playa. De
amigos.
Tardes de pueblo, de
bicis, de perros, gallinas, de familia y de rosquillas. De regar el
huerto y de pantano.
Tardes y noches de amor.
Este verano registramos
una bajada al hoyo. Sólo una, sola, perdida... Quizá me equivoqué
y el 2016 no va a ser lo que yo creía que sería.
Y en medio de todo esto,
peleas, gritos, hastío, enfados... Porque la crianza se hace
complicada según crecen. Porque Leo tiene casi 6 años y Nora 3 años
y medio y se hacen complejos, independientes, ya no basta con brazos
y teta y contacto. Hace tanto de eso ya...
Hablo con amigas en la
misma situación que yo. La crianza agota, la paciencia se acaba, y
surgen frases como “ya no me apetece jugar con ellos”, “quiero
tiempo para mí”, “ese enamoramiento parece que ha desaparecido”,
“ya no siento que soy respetuosa con ellos”...
Me alivia ver que no soy
la única. Me da fuerzas y me hace sentir acompañada. Rodeada,
protegida, siendo parte de algo, perteneciendo a una realidad común. Ver que sigue
teniendo sentido todo, que las cosas son así, o pueden serlo al
menos, y que hay que buscar soluciones y estrategias desde la
tranquilidad de saber que es normal, habitual, que no nos pasa nada
raro u horrible...
Durante los dos primeros
años de mi maternidad estuve volcada en mi hijo, absolutamente feliz
porque hacía lo que quería en cada momento, que en mi caso era
estar con él, vivir a su ritmo, acompañarle. Luego llegó Nora y
poco antes de que naciera yo había empezado a sentir la necesidad de
hacer otras cosas, quedar, salir, leer, estar a solas conmigo misma,
simplemente pensar o hablar de otros temas... Era el fin de mi primer puerperio pero llegaba otro
achuchando por detrás, y nació Nora y me encontré viviendo ese
enamoramiento, esa dedicación y entrega maravillosas junto a un niño
de 2 años que me descolocaba en numerosos momentos y por el que
sufría muchísimo, y además notando esa nueva necesidad de mí
misma que quedó latente... Y eso chocaba frontalmente con los
sentimientos cargados de oxitocina de mi segunda maternidad.
Ahora son ya dos niños,
ya no hay bebés y yo he dejado salir a esa mujer nueva, esa que lee
novelas, que sale, que busca su propio espacio.
Y a la vez empiezo un
momento muy complicado en mi maternidad. Educar, convivir, guiar a un
niño de 6 años ¡6 años! Con las ideas muy claras, con capaciadad
para discutir, razonar (a su manera), tirándose de cabeza al mundo
exterior.
Y sin poder evitarlo,
siento que no le acompaño correctamente. La culpa de nuevo
acecha y te sientes mal por tener ganas de estar a solas con tu
pareja, por estar cansada ya de jugar con él, por desear que sea
menos dependiente de ti. Y ves cómo arrastras a la pequeña en todo
esto, y sabes que si ella estuviera sola las cosas serían muy
distintas, nuestros ritmos más lentos. Pero la hacemos correr.
Sé que esto forma parte
de su crecimiento y de nuestra evolución como familia. Sé que no es
malo. Pero hay que coger fuerzas para lo que viene y a veces parece
que al no estar metida tan de lleno en el “mundo de la maternidad”
a todas horas, cuesta más (que se lo digan al blog...). Tengo que aprender a soltar cuerda sin
miedo y a estrechar el espacio cuando hace falta sin pereza.
Sobretodo tengo que aprender a disfrutarlo como disfrutaba de las
noches de teta y los días de brazos sin parar. Sin resistencia.
Empieza un curso
interesante, Leo entra en primaria, Nora entra en el cole, el
invierno acecha sin remedio y habrá que hacer frente a nuevos retos.
Cogeré mucha energía del sol, de los días sin horas y de la
felicidad del verano. Todavía queda ;-)
¡Feliz maternidad y a
disfrutar!